Tras una ajetreada y burocrática mañana en el banco, aderezada por una demora - ya casi habitual - en el transporte público, no caminaba hoy con el mejor ánimo. Honestamente, estaba “pateando la perra”, pensando en la pésima frecuencia de los buses y la poca celeridad de los funcionarios que me atendieron. Fue entonces cuando un señor ya mayor, se me acercó diciendo que me quería pedir un favor.
- “¿Sí, dígame?” - fue mi respuesta, algo escueta
- "Regáleme una sonrisa" - soltó el anciano.
La inusual petición me tomó por sorpresa y me llevó a sonreírle sinceramente. No se trató de un joteo, sino de una solicitud sincera e incluso cariñosa. Entonces, el señor continuó diciendo. “Una sonrisa siempre mejora todo. La hace ver más bonita y atrae cosas buenas”. Y terminó diciendo: “Actúe siempre correctamente. No deje que se pierda la magia en su vida y no diga que ojalá le vaya bien, sino que ¡le irá bien!. No se olvide de mis palabras”.
Para ser sincera con ustedes, subí a la micro - que llegó tardísimo - de mucho mejor ánimo. Aquel señor, cual ángel caído del cielo, me dio un regalo inesperado. Uno de aquellos detalles que mejoran tu día. Reparar en cómo está la gente a tu alrededor y quizás obsequiar una palabra amable es algo muy simple, pero ¡por Dios que nos cuesta!. Y como el mismo anciano señaló al despedirse: “entre las grandes cosas de cada día, los pequeños gestos siempre destacan”. ¡Claramente hacen la diferencia!