Las que somos mamás, sabemos cuán difícil es hacer dormir a un bebé. Sus momentos de somnolencia son oportunidades preciosas para inducirlo a que descanse un poco, y de paso, nosotras también. Entonces, comenzamos nuestro plan estratégico para tal desafío: pasearlo por la habitación, mecerlo, besar sus párpados, amamantarlo o cantarle una canción de cuna. Cada quien tiene su método.
Y bueno, en dichos instantes si hay algo que realmente odiamos son las escandalosas interrupciones. Sonidos que en circunstancias normales no nos generarían ningún disturbio, pero que en el escenario descrito nos hacen recordar al padre, la madre y toda la parentela del o los causantes. Lo peor es que dichas molestias pueden provenir de diversas fuentes: vecinos que decidieron que era el momento preciso para taladrar, martillar o hacer arreglos; motociclistas que quieren sacar fuego a su vehículo, autos ‘tuneados’, perros nerviosos, niños gritones y un largo etcétera de depositarios de nuestros más viles y ruines deseos.
Sí, porque ¿cómo se atreven a hacer ruido mientras nuestra guagüita intenta dormir? ¡Desconsiderados! Nos dan ganas de hacer algún tipo de pase mágico para que el susodicho aparezca repentinamente en Alaska y allá meta ruido a gusto. ¡Qué delicioso sería!; ¿no?. Pero como no tenemos poderes de bruja malvada hada, no nos queda más que resignarnos y comenzar nuevamente con nuestra estrategia… o pedirle al papá que lo vigile un rato, pasando un tiempo padre-hijo mientras nosotras “pestañeamos”.
Y ustedes, ¿con qué ruidos molestos han debido enfrentarse?