Mamá siempre me dijo que debía aprender a cocinar, para ser una buena esposa y valerme sola. Sin embargo, tengo que admitir que ya adulta, ¡detesto hacerlo!. Esta actividad para nada es de mis favoritas, en serio. No importa si eso “me resta puntos” - pensamiento bastante machista, por demás - o si no hay sabor más rico que la comida casera, preparada con amor y blablá. Yo lo odio, y punto.
Es por ello que al vivir sola, le hago el quite al tenebroso escondrijo del horno y las ollas. Cuando las finanzas me lo permiten, encargo pizza, compro comida china, humitas o sushi a la salida del metro. Si no es así, los productos instantáneos son mis mejores aliados. Encontré un puré increíble, que se prepara sólo con agua - sin siquiera echarle leche - ¡y me encanta!. Los fideos también son infaltables en mi despensa y el ramen o las sopas Maruchan salvan ene. Las hamburguesas, vienesas y churrascos - fáciles de freír - completan mi dieta, además de las ensaladas listas que venden las “tías” fuera del super (¡no sé qué haría sin ellas!).
En el trabajo, siempre prefiero salir a comer, aunque sea un hot dog o cheese burger. Es un régimen muy poco balanceado, lo sé. Pero convengamos en que cuando una llega cansada por la noche lo que menos quiere es pelear con ingredientes que escurren y ollas por doquier. La cocina es como las artes visuales; con la diferencia de que aquí los materiales manchan y huelen. Además, medir ¼, ½ o “una cucharadita de…” y definir tiempos de cocción definitivamente no son lo mío. De sólo pensar en estos menesteres se me quita el hambre y - aunque la sociedad tienda a creer que estas habilidades son inherentes al género -, no siento que eso me haga menos mujer
He pensado en tomar cursos de cocina, más que todo porque quisiera agasajar de cuando en cuando a mis seres queridos con preparaciones, mezclas, detalles y otros. Solía cocinar un queque de plátano que me quedaba riquísimo y se lo peleaban mis comensales. Bueno, quizás sólo me falte tiempo y ganas, pero por ahora, soy feliz así: con Master Chef como mi único acercamiento a esta disciplina. Si algún día siento la necesidad de ampliar mi espectro de platillos, sin duda que lo haré, pero no es “una obligación” nada más por tener busto. ¿No lo creen así?
Y ustedes, ¿comparten mi aversión hacia estos quehaceres?
Colaboración enviada por Guinda Rosa