No sé si tendrá que ver con la madurez o si me estará llegando “el viejazo”, pero con el paso del tiempo he ido aprendiendo el valor de la tranquilidad y el silencio.
Antes escuchaba la música más alta, no tenía problemas en bailar al lado del parlante en la disco y me gustaban las “emociones fuertes” en todo sentido, incluyendo las relaciones. Conocía chicas en el metro o en la micro. Me hice el lindo con la polola de un tipo que me caía mal, hasta que logré que terminaran y constantemente burlé “la seguridad” de la casa de mis parejas sólo para estar con ellas. Hacíamos cosas adrenalínicas como arrancarnos un fin de semana sin permiso a la playa. Leseras de cabro chico.
Pero el tiempo pasó y la estabilidad emocional se hizo presente en mí. Junto con ello, llegaron relaciones más importantes, “pololeos” largos y finalmente la formación de mi familia. Ahí valoré realmente la compañía, el quedarse acostado viendo una película y la tranquilidad.
Ahora ni hablar. Cuando uno tiene familia, debe preocuparse de ellos, de su bienestar económico, físico y emocional. Eso se convierte en una caja de Pandora. Los momentos de calma son escasos, porque todo es inmediato y eso se aplica a mi relación. Dudo que con los niveles de estrés que la vida adulta exige, alguien pueda tener un romance tan tranquilo.
Para algunos el tener una relación vertiginosa es entretenido, pero a la larga, aburre estar en la montaña rusa de las emociones. Insisto, no sé si es evolución o madurez, pero ahora disfruto de las cosas simples de la vida, de una relación estable, donde la compañía y la estabilidad son el eje de mi vida.
Y tú, ¿cómo prefieres las relaciones?