Hace algunos años atrás (cuando aún conservaba algo de inocencia e ingenuidad) recibí un inesperado mensaje en Facebook. Se trataba de un joven estudiante con simpático bigote, que necesitaba entrevistar algunas personas para un trabajo de la universidad. Si aceptaba su propuesta, me ofrecía un café gratis en agradecimiento.
Vi que teníamos un amigo en común y, sin dudarlo mucho, acepté. La verdad estaba pensando en lo bien que me vendría acumular algo de buen karma, y también recordé todas esas veces en que generosas personas me brindaron su tiempo para los tediosos trabajos de mi carrera. ¡Yo sólo quería ser buena onda!
A los pocos días nos juntamos en un lindo local del barrio Lastarria. Se mostró bastante amable y muy conversador. Cuando por fin comenzó a entrevistarme, lo primero que noté fue que no grabó mis respuestas. Sacó una hoja en blanco y tomaba vagas notas de lo que yo le contestaba. También me fijé que no llevaba una lista de preguntas que, por lo demás, resultaron ser bastante extrañas… ¡como si las estuviera improvisando ahí mismo!
Y aunque me resultó curioso, no le di más vueltas al asunto. Me sentí bien con mi acto de buena samaritana y no pensé más en aquel joven, hasta que días más tarde comencé a recibir insistentes mensajes. Era él, sólo que ahora con un tono más romántico: no paraba de decirme lo bien que lo había pasado conmigo y lo rico que sería vernos otra vez.
Empecé a sentirme incómoda y le comenté la situación a mi mejor amiga. Aún recuerdo su reacción cuando terminé de contarle la historia. Abrió sus ojos y, con una notable cara de sorpresa, me dijo: “Pero amiga, ¿no cachai que la entrevista fue sólo una mentira para juntarse contigo? ¡Y tú caíste redondita!”
¡Cómo no me había dado cuenta antes! Todo había sido un engaño. No puedo negarte que me enojé bastante, pero ya sabes que soy pésima con las confrontaciones. Me limité a informarle al chico en cuestión que no me interesaba salir con él (mentira, la verdad le dije que estaba saliendo con alguien más, ¡nunca falla!) y que su insistencia me incomodaba. No me escribió nunca más.
Y tú, ¿has caído en un engaño parecido?