Si hay algo que me resulta irresistible de estar en pareja es esa magia y pasión que se da los primeros meses de la relación. Ese insomnio porque sabes que al día siguiente verás a tu galán, o las mariposas que sientes en tu estómago cuando te dice lo mucho que te ama.
El problema (o desafío) que todas las enamoradas experimentamos en algún momento es que las revoluciones tarde o temprano se calman, y entonces comienza la temida “rutina”. Seguramente sabes de lo que hablo: él se descuida, tú te descuidas, y su panorama de fin de semana termina siendo ver televisión mientras comen una pizza. ¡Qué lata!
Pero tenemos que asumir la realidad, querida amiga: eso fue exactamente lo que ocurrió en mi relación. Faltaba poco para nuestro aniversario de dos años y, sin embargo, no sentía ni un poco de emoción. ¡La magia de mi amor se había enfriado hace mucho tiempo! Todo era predecible y, para mí, no hay nada más aburrido que lo predecible.
Y así fue como me fijé en alguien más. Era el compañerito nuevo de trabajo, bastante apuesto por lo demás. Pero no te enojes... ¡Si en mirar no hay engaño! Y en conversar un poco tampoco, ¿o sí? Aunque no pasó tiempo antes de que mi corazón empezara a confundirse. Y es que no sólo era muy lindo y simpático, ¡también era súper coqueto! Volví a sentir esas mariposas que pensé no volverían y, oficialmente, mi corazón se confundió. ¿Qué hacer?
Entonces recordé tu tierna voz en mi cabeza y aquel sabio consejo que me habías dado hace mucho tiempo atrás: “vo’ dale”. Así que le di. Fui y me saqué el empacho, porque la única manera de aclarar mi corazón era descubriendo si lo que sentía por mi compañero de trabajo era una simple calentura o algo más.
Y cuando di por cumplida la misión y me encontraba descansando en su pecho, lo supe: el amor de mi vida no era él, sino aquel hombre que siempre estuvo a mi lado. Pensarás que me sentí culpable, pero la verdad es que no. Creo que fue una experiencia necesaria para darme cuenta de mis verdaderos sentimientos. ¡Hoy me siento más reencantada que nunca!
Y a ti, ¿te ha pasado algo parecido?