Cuando el amor quiere tocar nuestra puerta lo hace el día menos esperado y sin distinguir momento ni lugar. Así pues, comenzando mi vida universitaria y tras años de soledad, mi vida amorosa dio un rumbo inesperado.
Primera semana de clases y como toda universitaria de primer año, me preocupaba bastante el asunto del famoso “mechoneo”. Los rumores contaban toda clase de historias y ya imaginaba como me vería con la ropa sucia y rota, recolectando las cinco lucas solicitadas.
Así fue entonces que un día jueves por la tarde el esperado día llegó. De un momento a otro junto a mis compañeros observábamos a un grupo de alumnos bloqueando las puertas del aula y sólo dejando salir al profesor. ¿Forma de escapar? ¡Ninguna! Venían decididos a utilizarnos para juntar la cuota y brindar el deseado asado en el intercomunal.
Fila india y todos caminando, amarrados de las manos, con destino a un parque cercano a la universidad. Cuando llegamos al lugar, lo primero que nos pedían era besar una cabeza de chancho pintada, a lo cual yo me resistí. Resulta que si bien estaba dispuesta a dejar que me rompieran la polera y obligaran a juntar una cuota de plata para recuperar mis zapatos, no iba a besar a ese decapitado animal ¡ni loca!
Y era ahí llamada a besar al cerdo por uno de los estudiantes cuando, para su sorpresa, la intimidada no era yo sino él. Me acuerdo que sólo atinó a sonreír cuando le dije que si quería que besara al chanchito primero lo tenía que hacer él y después yo. Obviamente eso nunca pasó y al final sólo me di media vuelta, en busca del “simpático” que pintaba y cortaba las poleras. Alcancé a dar unos pasos cuando me gritan: “Diego, me llamo Diego” y miro para atrás y me doy cuenta que el lolito con la cabeza de chancho me estaba hablando.
Pasaron algunos días y una de mis amigas de la carrera me pidió que la pasara a buscar a su casa para ir a nuestro asado y bienvenida mechona. Ella era de región y, por ende, vivía en una pensión al frente de nuestra U. Cuando grité su nombre, para mi sorpresa, sale a abrirme la puerta Diego, el estudiante a cargo del chancho en el mechoneo. Nos sonreímos, una vez más, y me invitó a pasar. Mientras esperaba a mi amiga, me confesó que nunca nadie le había salido con tal peculiar petición y que se notaba que obligarme a mí a hacer algo que no quería era una misión imposible.
Virtud, según yo, que se dedicó a recalcar durante todo el año y medio que pololeamos. Porque sí, después de esa vez nos seguimos viendo y conociendo. El amor surgió rápidamente apenas comenzaba el año académico. Finalmente, él se convirtió en mi primer pololo oficial y creo que nunca olvidaré ese especial amor…
Así que, si estás comenzando a estudiar y no has encontrado aún a tu media naranja ¡no te desesperes! En cualquier momento la vida te da una tremenda e inesperada sorpresa…