Siempre me han dicho que a las amigas - salvo honrosas excepciones - parezco elegirlas con pinzas. ¿Por qué? Pues porque ¡me ha tocado cada fichita! Uff. No es que yo sea muy complicada; al contrario. Trato de estar, en la medida de lo posible. Soy súper “piola”, leal y en general, cero chismosa. Algunos señalan que soy acogedora y quizás por eso es que más de una se ha pasado a la otra punta.
Me explico: hace un par de años, tuve una amiga en apariencia genial. Ella era mi instructora de danza árabe y estaba viviendo una pena de amor. Al principio la confortaba, brindándole palabras de aliento e instándole a desahogarse (nada peor que estar atorada). Pero comencé a alarmarme cuando en medio de la clase, entre shimmies y nuevos pasos - aún frente a otras alumnas - comenzó a hablarme de sus “atados”. Ya, lo dejé pasar, pero fue sólo el principio: se transformó en una auténtica pesadilla. Me llamaba a altas horas de la madrugada en días de semana, sólo porque “ya no podía más”. Esta bien una, dos veces, pero esta costumbre se tornó rutinaria. Y en más de una ocasión, interrumpió mis vacaciones por asuntos totalmente banales, ganándose el fastidio de mi familia.
Lo peor era que intentaba hacerme sentir culpable por cada emoción negativa que experimentaba, si es que no estaba disponible para “atenderla” cuando ella quería o porque no decía justo lo que quería escuchar. A veces, tenía que adivinarle el pensamiento y saber de manera intuitiva qué le pasaba. Si no cumplía con estas expectativas, se ofendía y amurraba. Finalmente, corté por lo sano y apliqué blocked.
Años más tarde, conocí a otra chica con la que nos hicimos bastante cercanas. Atravesaba por varias situaciones conflictivas y, producto del cariño que me inspiraba, intenté contenerla. El problema es que era una niña, en el sentido estricto de la palabra (o sea, la cortaron verde). Ella no trabajaba ni hacía nada por la vida, así es que esperaba que estuviera disponible para oír sus asuntos en horarios de oficina. Si estaba ocupada con alguna reunión o los quehaceres cotidianos, la pataleta era segura. Lo peor es que se quejaba en redes sociales - con esas “indirectas” bien directas - respecto a “las amigas que no tienen tiempo” o que “se dejan absorber por el trabajo”. (Excuse me? ¿Hay algo anómalo en cumplir con tu pega intentando no procrastinar?).
A través del "muro de los lamentos", me llegó otra serie de quejas de que me sabía destinataria, respecto a “lo necesario de pasar tiempo con tus amigas”, “toda mujer necesita un abrazo de su partner” y otra serie de exigencias centradas en una sola persona: ella (léase con luces de neón incluidas). Todo, en circunstancias que ni siquiera me preguntaba "y tú, ¿cómo estás?". Me armé de paciencia, porque en verdad que no las había visto fácil y requería de apoyo. Sin embargo, el colmo llegó cuando empezó a incomodarse ante mis obligaciones familiares e incluso reclamar porque les prestaba atención. Deslizó que era incorrecto ser “apegada” a ellos e incluso preocuparme por la salud de mi mascota, en circunstancias que mi mayor obligación era estar con ella. Lo peor es que los diálogos se limitaban a la repetición infinita de que “estaba mal” y “quería mandar todo a la mierda”, sin admitir sugerencias o eventuales soluciones.
Fue todo. Decidí que no más. Creo que hay personal más calificado para enfrentar patologías como éstas. Cuando tus amigas transgreden tu espacio personal, no se preocupan de lo que te pasa y sólo ven sus problemas, están mostrando cero respeto hacia ti. Así no es la verdadera amistad. Todo vínculo afectivo implica dar y recibir; si una persona pretende ser el centro de la relación, el afecto no es sincero. En lo particular, puedo tener muchos defectos, pero no merezco esta clase de “amistades”. Y tú tampoco. Hay ocasiones en que lo mejor es voltear la página y no perder tiempo con aquello que sólo resta, sin sumar nada a tu vida.
Colaboración enviada por Guinda Rosa