El ser tímido muchas veces es visto como un defecto, pero a veces resulta ser salvador o una caja de sorpresas. Una persona “muy lanzada” termina cometiendo imprudencias o echándose gente encima. Les contaré un par de historias que me ocurrieron por no ser tan osado.
La primera de ellas, fue cuando me iniciaba en las lides del amor. Aún era un inocente niño de 11 años. Todavía jugaba con autitos y no miraba a las chicas con “ojos de grande”, sólo eran amigas o compañeras de colegio. Era fin de año y me estaba despidiendo de mis compañeros, porque me cambiaba de colegio. Una de ellas, Tamara, llegó un año antes a mi curso y se sentaba conmigo. Nos hicimos muy amigos y competíamos por notas. Yo, como todo inocente, jamás presentí algo más, pero en mi despedida me dijo… “siempre me gustaste, que pena que te vayas” y me dio un piquito. Fue mi primer beso y me pilló “volando bajo”. Una experiencia un poco chocante para un niño tímido, pero linda, al fin y al cabo.
Pasaron 9 años y ya era universitario, cuando tuve otra experiencia similar. La nueva compañera llegaba desde Viña del Mar. Era espectacular y fui uno más de los que quedamos prendados. Sin embargo, uno de mis amigos fue “más vivo” y terminó saliendo con ella. Al poco tiempo, comenzaron a pololear. Duraron como 6 meses, hasta que “se acabó la magia”, porque ella le puso los cuernos. Con el paso del tiempo, nos encontramos y la chica me dijo… “a mí me gustabas tú… pero nunca te atreviste a abordarme”. Con el tiempo me enteré de que no sólo mi amigo sufrió con esta chica. La muchacha era un poco loquilla, por decir lo menos. Terminó saliendo con muchos conocidos y nunca he sido partidario de “compartir” dichas experiencias.
Quizás ser tímido no sea tan malo después de todo. A veces la vida te sorprende con lindas experiencias o por el contrario, te protege de cosas malas.
Y tú, ¿te consideras tímida?