Según mi mamá, soy agrandada. O mejor dicho, lo fui. La cosa es que desde desde que conocí el maquillaje, me hice fan de él. Y a pesar de lo que mi madre pensaba, nunca me prohibió usarlo. En ese entonces, mi amada abuela trabajaba en Avon, así que me tenía distintos tipos de labiales (entre ellos, el con forma de frutilla), sombras, delineadores y cuanta cosa se me ocurriera. Al principio, partí con el delineador de palo en la parte inferior del ojo, el rubor ultra rosado y un brillo con sabor, pero nunca me convenció como lucía: me veía muy pequeña. Y lo que yo quería era parecer más adulta.
Cuando ya iba en primero medio, me tomé en serio esto de maquillarme: probé y probé distintos looks hasta que encontré el mío: delinearme los ojos en la parte superior, aplicarme máscara de pestañas y labial rojo. Esto se convirtió en un ritual para mí. Recuerdo distintos eventos sociales en los que quise incorporar sombras y no lo logré. ¡Sentía como que no fuese yo! A lo más, añadía una de color negro, pero me hacía lucir igual que el delineador; así que cero innovación.
Lo importante de esto, es que no importa si siempre te ven igual, lo que importa es que tú te sientas bien con lo que usas. Y esto lo aprendí tras repetírmelo a mí misma, cada vez que me decían que era igualita a mi mamá, porque ambas nos maquillamos de la misma manera. ¿Y qué? Ahora que mi abuelita no está, es ella quien me financia los cosméticos (aunque no siempre lo sepa, jaja).
Y tú, ¿tienes un make up que no cambies por nada?