Hace no muchos días atrás yo continuaba utilizando mis vestidos floreados y mis sandalias de gigantes plataformas creyendo, ingenuamente, que el otoño tardaría en comenzar. O, si lo hacía, tenía toda mi fe puesta en el hecho de lo que haría lento: quizás me pondría un delgado chalequito y con eso bastaría para abrigarme.
¡Pero no! El otoño llegó con todo. Frío, lluvioso y con un viento helado que te cala en lo profundo de los huesos. Entiendo que muchas personas estén felices con esta abrupta baja en las temperaturas, sin embargo yo me las estoy sufriendo todas. ¿Por qué? ¡Porque soy súper friolenta!
Sé que muchas de ustedes me entenderán: ya desempolvé todas mis frazadas, saqué mi pijama de polar del fondo del clóset y renové mi cajita de tés, sin mencionar que en este momento tengo puestos mis calcetines de lana (¡los regalones!).
Lo más terrible de ser friolenta es que, sin hacer “demasiado frío”, ya parezco un panda bien redondito. Muy tierna, pero para nada seductora. Y si actualmente llevo puesto todo mi arsenal de ropa, ¿cómo sobreviviré en el invierno? Te juro que a veces he sentido tanto, pero tanto frío que he pensado en comprarme ropa para andar en la nieve. ¡Y no es chiste!
Quiero que sepas que si eres igual de friolenta que yo, te entiendo. Levantarse es terrible, salir de la ducha es terrible y cambiarse de ropa es terrible, ¡porque todo te da más frío! Ay, sí de mí dependiera, pasaría estos helados meses hibernando. ¡Despiértenme cuando vuelva el calorcito otra vez!
Y tú, ¿eres friolenta?