Siempre me he considerado una persona reservada. No me gusta andar llorando miserias ni cargando a la gente de problemas que no les competen. Sin embargo, admito que hay veces en que sí es necesario conversar. O al menos, que alguien te espere y se interese por saber qué tal marchó tu día.
Mi última lectura y la ausencia de una persona fundamental en mi vida me han hecho reflexionar al respecto. Hay momentos en los que puedes no estar solo, pero cada persona que comparte tu espacio está preocupada de sus propios asuntos. No hay momentos para disfrutar de una rica taza de té o café bien conversada, acompañada de tostadas calientes. Es usual que dejemos cada vez más atrás aquellas largas chácharas para “arreglar el mundo”. La TV llena los silencios e Internet acapara las miradas. Las exigencias cotidianas no dejan más espacio que al cansancio, a la necesidad de "desconectarse". Y eso es triste.
Qué rico es cuando tienes a alguien en casa que espera por ti. Que te extraña si te atrasas y te escucha sin distracciones. Ciertamente, es liberador. Y sí, puede que el universo no tenga remedio, pero al conversar la vida, pareciera que sí. Al menos, una buena charla tiene la extraña magia de hacerte creerlo e inspirarte a luchar por ello. Lo peor es que por más grandes que sean las ansias de disfrutar de un diálogo nutritivo, nuestra propia disposición es pequeña. Llegamos cansadas a casa, tras lidiar con los pasajeros de un transporte público agobiante; personas que no parecen ser eso, sino entes desagradables con que debemos arrasar Tras esa diaria lucha - que saca a relucir nuestro instinto primitivo - poca energía queda para lo humano y lo divino.
Creo que todos deberíamos compartir una bebida caliente, una sonrisa y un beso sentido al llegar a casa. Y por supuesto, recibir o brindar siempre una oreja amiga, abierta y dispuesta a conocer las novedades. Claro: no siempre nos dan ganas; pero es esa falta de voluntad la que contribuye a crear grandes distancias. Por eso, te invito a hacerte un tiempo esta noche y escuchar (pero de verdad). Apagar la TV, el laptop y todas esas tecnologías que nos hacen más máquinas que personas, para disponerte a conocer a aquellos con quienes convives. ¡Te garantizo que valdrá la pena el esfuerzo!.