Hace unos años, conocí a un hombre que creí "perfecto". Era tal como siempre me han gustado los minos, y podía proyectarme con él fácilmente. Ya podía vernos juntos, viviendo en una linda casa, tal vez con hijos. Parte de mí sabía que, aunque no era más que una inocente proyección, mi vida a su lado sería fácil y cómoda. Una vida bastante ideal.
Ideal, pero jamás se me ocurrió preguntarme si además me haría feliz. Que quede claro que ser soltera para mí es lo mejor y la sola idea de compartir mi cama me da urticaria; pero no me molestaba imaginarme un futuro con este espécimen.
Hasta que la cosa no prosperó, el susodicho desapareció (literalmente, onda se lo tragó la tierra) y hasta ahí quedó. Y yo me lamenté por mucho tiempo, porque él era "perfecto para mí", a lo que mis amigas repetían que si lo fuese perfecto, no se hubiese ido. Tenían un punto, ya que este tipo de "relación" - que en verdad era nada - fue cero aporte en mi vida.
Y de pronto estaba soltera otra vez, revisando Tinder, pasándolo bien, sin ataduras. Y empecé a preguntarme si el espécimen en cuestión era efectivamente perfecto para mí. Y en realidad ¡no!, para nada. Simplemente, tenía todas esas características que me han gustado por años, y que sé que me darían una muy buena vida. Pero no una vida feliz.
De modo que decidí buscar a ese hombre realmente perfecto, que me hará feliz aún si no es tal y como siempre he imaginado. Probablemente no cumpla con todas esas cosas que visualizo en una pareja. Pero al final del día, será quien me entienda, me acepte y me ame tal como soy. Cualquier otro hombre que me entregue menos, tal vez será idóneo... pero no perfecto.