Cuando terminas la época universitaria, muchas cosas ocurren en tu vida y una de ellas, es el sentimiento repentino de madurez. A veces los años de estudio causan estragos en la vida. Nos privan de importantes momentos y por eso, terminando la educación superior, tenemos dos opciones: relajarnos totalmente después de un período estresante de tesis o “reventarnos” carreteando.
En mi caso, escogí la primera opción y por eso me siento “anciana” a los veintisiempre. Para la construcción de mi tesina estuve trabajando y estudiando simultáneamente, funcionando en reiteradas oportunidades en “modo zombie” y resfriándome en abundancia por culpa del estrés. Por eso, hoy decidí ser feliz durmiendo, sin alarmas ni límites y donde estar en casa, pasó a ser la sensación más gratificante del día. Me volví un poco ermitaña. Y a pesar de todo lo que puedan comentar, quiero recalcar que miedo a envejecer no tengo, pero le envidio a los adultos mayores esa tranquilidad y paz de sus almas, luego de una vida de esfuerzos.
Volviendo a mi experiencia, pasaron los meses y ahora titulada, me quedé en este estilo de vida haciendo cómplice a mi pareja. Mientras unos pasan un feliz viernes en medio de carretes, tú disfrutas con ponerte el pijama temprano, acostarte para refugiarte del frío y ver tus series preferidas. La flojera para salir es más fuerte. Me pesan los años invisibles que me puse en la cabeza, estoy en el cuerpo equivocado quizás o después de tanto carrete en la Universidad, ya no quiero más.
Estar más en la casa no me hace aburrida. Al contrario, puedo gestionar mejor las ideas, escribo más y todo fluye con más calma. Salgo con mis amigas, recorro el centro y tengo el tiempo perfecto para estar con mi pareja y dedicarle a mi vida familiar. Me gusta mirar la lluvia por la ventana, capear el frío acompañada y tomar siestas eternas ¡Todas necesitamos un tiempo desconectadas!
¿He cometido algún crimen? Soy distinta a las chicas de mi edad, pero soy inmensamente feliz. Y ustedes, ¿se han sentido en el cuerpo equivocado?