Es raro lo que me pasó. Cuando estaba en el colegio, viajé a Brasil para mi gira de "estudios". Fue la primera vez que volé en avión y no me pasó absolutamente nada. En esa ocasión, en el vuelo de ida, me fui sentada junto a una ventana, al lado de una de las alas que se movían todo el rato y yo en mi ignorancia pensaba que se iba a soltar. Pese a ello, no me asusté mayormente, para mí no fueron tema esos vuelos. Pero tal parece que la edad trae consigo mañas y miedos que, en muchos casos, no sabemos de dónde provienen ni qué los origina.
Sucedió que muchos años después, decidimos con mi pololo y mi mamá que teníamos que conocer Europa. Planeamos el vuelo a Madrid con una escala, y vuelos internos dentro del continente, que nos salían más baratos que andar en tren. Pero pasó que, en ese primer vuelo con rumbo a Sao Paulo, cuando el avión comenzó a avanzar para "agarrar vuelo" y comenzar su rápida carrera, me vino un ataque de histeria incontrolable. La sensación de miedo a morir era tan fuerte que me transpiraban las manos y lloraba, aferrándome a las manos de mi pololo y mi mamá. Por supuesto trataron de calmarme, diciendo que no pasaría nada, pero la verdad es que no podía recuperarme. Mi mamá sacó una pastillita mágica que me calmó un poco. Supe entonces que más me valía aguantar y tratar de racionalizar mi miedo, porque me quedaban muchos vuelos por hacer.
Los peores fueron los que hice en aviones chicos, porque se sentí mucho más movimiento. ¡Ni hablar de las turbulencias!, esa palabra hace que me recorra un cosquilleo desagradable en las tripas. Uno de los vuelos, de Pisa a Londres, fue espantoso: antes de despegar, la auxiliar de vuelo corría por el pasillo, como buscando lo que creímos podía ser una bomba. Cuando pensamos que el peligro ya había pasado, nos tocaron unas turbulencias que hasta a mi mamá pusieron verde, a pesar de que ella goza volar.
Otro vuelo que hice de París a Cracovia fue patético, porque íbamos con muchos niñitos de no más de 10 años, todos felices mientras yo continuaba mi llanto habitual. Ellos me miraban con lástima, como diciendo "tan grande y tan llorona, si no pasa nada". Vergonzoso. Pero encontré una técnica: mirar a los auxiliares de vuelo. Al verlos tranquilos, me calmaba yo también, porque si ellos - que están acostumbrados a volar - no se asustan cuando yo lo hago, significa que no pasa nada. Así que los miraba fijo, como una psicópata. Pobres, deben haber pensado que estaba de patio.
Mis ganas de viajar no se me han quitado, pero tengo que reconocer que sufro pensando que si quiero volver a viajar, tendré que subirme nuevamente a un avión. He pensado en terapias: sé que hay más probabilidades de morir masticada por un hipopótamo que en un accidente de avión, pero eso es lo racional, y este temor es totalmente lo contrario.
Y a ti, ¿te ha pasado algo parecido?