Hace unos días les conté sobre una de mis pequeñas locuras: maquillarme siempre del mismo modo. Ahí les hablé de mi obsesión por el delineador líquido negro, la máscara de pestañas y lo más importante, el labial rojo. Soy de tez blanca; siempre me han dicho que cualquier color me queda bien, lo cual ¡es una absoluta mentira!. He probado diferentes colores y ninguno me favorece. Así que, sea día o noche, siempre me verán con este color.
Como tengo la mala costumbre de siempre andar atrasada, usualmente me maquillo en el metro o en la micro. Trato de hacerlo rápidamente, ya que la gente me mira sin disimulo y siento un poco, sólo un poco, de vergüenza. Sin embargo, a la hora de aplicar el labial me tomo mi tiempo, puesto que mis labios son muy delgados y sin un delineador es bastante difícil dejarlos de manera uniforme. Entonces voilá, mi maquillaje está listo para enfrentarse a la vida.
Tras pasar la última media hora mostrando esa radiante sonrisa a todos, hablando con medio mundo y sintiéndome perfecta, llegó ese muy buen amigo que sutilmente me dijo: "bien ridícula te ves con los dientes rojos, pareces de esas señoras que se maquillan en la oscuridad". Y es ahí cuando me pregunté por qué la vida era tan cruel conmigo.
Me ha pasado más veces de las que querría. Y me digo: ¿y qué tanto?. No pienso perder la poca dignidad que tengo por algo tan ínfimo como esto. He pasado por momentos peores y mírenme, aquí estoy escribiendo sobre mi triste historia. Por lo tanto, chicas: esa frente en alto, esos labios más marcados que nunca y empecemos a ocupar la lengua no sólo como armamento de guerra en los besos, si no que también como un improvisado cepillo de dientes post-maquillaje. Problema del día: solucionado √.