Si hay algo que amo, además de los gatos y las pizzas, es a mis seres queridos. Aquellas personas que están contigo cuando sonríes, cuando lloras, y cuando andas con un mal genio que no te lo saca nadie. Y no me refiero sólo a mi familia más cercana (aquellos que están ¡obligados a soportarme!), sino que hablo de todas las personas con las que comparto un lazo de amor.
Y lo mejor de este lazo es que perdura aún cuando muestro mi peor lado: esa chica celosa, exagerada y extremadamente sensible (de angelito sólo tengo la cara). Encuentro increíble poder contar con personas que me aceptan y me quieren tal cual soy, y a quienes les puedo confiar mis más íntimos secretos.
Hablo específicamente de mi pareja y de mi mejor amiga. Sin exagerar, ¡les cuento absolutamente todo! Y lo más increíble de esto, es la complicidad que se genera entre nosotros. Porque sí: ellos son mis cómplices. Los mejores cómplices de todos. Y cuando salimos con más personas y tengo que comportarme como toda una señorita, no hay nada que me reconforte más que una coqueta mirada de complicidad.
Pues sí: los dos sabemos que no es así. Sabemos que no soy tan tranquila, ni tan bien comportada. Sabemos que soy traviesa y que he vivido mucho más de lo que creen. También sabemos que nos queremos mucho y, en el caso de mi pareja, sabemos que nos comeríamos a besos si no fuera por toda la gente que nos está observando. ¡Qué increíbles son las miradas cómplices!
Y tú, ¿a quién has mirado así últimamente?