Desde el principio fue algo un tanto excepcional. 4 años de relación a distancia ya eran tiempo interesante de analizar para cualquier pareja. Dentro de los primeros 5 años, yo diría que éramos la pareja perfecta, porque no teníamos ninguna discusión y hacíamos lo que todas las parejas hacen. Quizás el único problema era que nos veíamos unas tres veces al mes. Ni siquiera la diferencia de 7 años también en la edad fue un problema, si entendemos que ninguno de los dos aparentaba sus años ni física ni emocionalmente. Pero toda esta perfección era justamente el problema. Cuando vean que una relación va demasiado bien, asústense, porque es signo de que algo falla, pues nada es absolutamente perfecto. “Los conflictos son buenos, no hay que evadirlos” me dijo mi psicólogo, “qué rico que no discutan nunca y se lleven tan bien” me decía nuestra amiga común más cercana. Tarde me di cuenta de que la cosa no andaba bien, cuando ya nada se podía hacer y los 7 años de relación se vinieron abajo. Me di cuenta entonces de que no nos conocíamos en absoluto.
Abrí los ojos cuando empecé a mirarme a mí misma. Me introduje en una etapa muy profunda de conocimiento propio, en donde lo principal era entender que quería, qué me gustaba y cómo era, dejando todo prejuicio de lado. Analicé mis lados bonitos y en especial, mis partes oscuras. Qué cierta es esa frase tan cliché que todos dicen: “no puedes amar a otro antes de amarte a ti mismo”. Lo que la gente no entiende es que eso significa conocerse a la perfección, para que un otro te conozca también lo mejor posible. De hecho, la frase “I see you” en la película Avatar es más que acertada.
Al sexto año, ya no sabía con quién estaba y darse cuenta de que él tampoco fue un golpe fuerte. Al principio empezamos dándonos tiempos, y no piensen que me dedique a salir a flirtear; simplemente me pregunté en esa ausencia qué era lo que realmente aportaba él a mi vida, si estaba mejor sola que con él y si realmente lo amaba. No les miento que al principio pensé que sí, pero al volver a intentar estar juntos y bien, me di cuenta de lo insana de la relación. Vi que él era una persona sumamente infantil para su edad, que colocaba una coraza en su corazón, la cual le hacía incapaz de mostrar sus sentimientos reales a cualquier persona. No sabía lo que quería y tampoco tenía opinión propia. Siempre era yo la que inventaba salidas y la que le decía qué hacer, qué ver y qué comer, lo que terminó por agotarme. Me hizo sentir que dependía de mí, que era su todo y por muy bonito que suene, la verdad es que es muy destructivo.
Los hechos también mostraron que no tenía ningún interés en la relación. Cuánta verdad tiene la frase “las palabras se las lleva el viento”. Nadie que lleva contigo una relación de 7 años, con proyección, te regala un chocolate para tu cumpleaños. Y no se confundan, no tiene nada que ver con el precio, si no con la preocupación de buscarlo.
Yo fui quien terminó con él. Dolió por un buen tiempo, pero más temprano que tarde logré centrarme en mí y entender que no necesito a nadie para estar bien y ser feliz. El amor propio es más fuerte que cualquier otra cosa y que nadie que te amé menos será digno de ti. Puede sonar egocéntrico, pero una también tiene muchísimo que entregar y sabe lo que eso vale. En resumen, mientras más me amaba a mí misma más me daba cuenta de lo poco que me amaba él.
Hoy en día me siento más feliz y llena de amor que nunca. Y no es por el hecho de que tenga pareja hace casi un año, sino porque conociéndome a mí misma fui capaz de encontrar a alguien que también pudiera hacerlo, aceptándome sinceramente. No sé si sea el amor de mi vida y tampoco si estoy haciendo todo bien realmente, pero pretendo disfrutar del viaje y aprender lo más que pueda. Me quedo con la tranquilidad de mostrarme tal cual soy y ser aceptada, de entender que una pelea no significa el fin de la relación, que los conflictos están ahí para superarlos juntos y que seguir creciendo como pareja involucra primero que todo ser sincero con uno mismo y amarse por completo.