Cuando estamos en el liceo, lo que más esperamos es poder salir para empezar a hacer lo que siempre hemos querido: El trabajo de tus sueños. Pero a veces –muchas– nunca logras encontrarlo.
Esto me ocurre cada mañana cuando debo levantarme para ir a trabajar. Soy recepcionista en una reconocida empresa, y claro, muchos dirían que debería conformarme con lo que hago ya que cualquier trabajo dignifica. Sin embargo, hay veces en que quisiera salir corriendo y nunca más volver. Infantilmente, vuelco esas emociones negativas a mi entorno y todo me parece horrible, molesto. Como estar en una cárcel de la que no tengo opción a salir.
Obviamente es una situación complicada, como estar atada de manos. Por un lado, no puedo darme a la vida salvaje y renunciar; pero por otro me gustaría hacerlo. ¿A alguien más le ocurre? Estoy segura de que no soy la única.
A veces creo que es porque cuando somos jóvenes tenemos expectativas muy altas de quién queremos ser cuando adultos, y eso puede volverse en nuestra contra cuando las circunstancias no acompañan. El simple hecho de que no podamos controlar nuestro destino es frustrante, pero es una realidad que hay que aceptar para tomarse la vida con mayor tranquilidad.
Finalmente, así como no podemos siempre controlar a qué nos vamos a dedicar en nuestra vida, puede que de esa misma forma cosas buenas nos ocurran sin esperarlo y sin planearlo: Un ascenso, un traslado, un nuevo puesto, un cambio.
Y tú, ¿crees que nunca es tarde para encontrar la vocación?