Algunos dicen que la niñez es la mejor etapa de nuestras vidas, ya que estamos libres de las preocupaciones y de las obligaciones que tenemos en la vida adulta. A los 5 o 6 años, no tenemos consciencia de cómo transcurre el tiempo; de que hay un futuro y plazos, líneas finales. Ciertamente no sabemos que es la muerte.
Cuando somos pequeñas, pensamos que quienes se van de nuestras vidas simplemente ascienden al cielo, donde son felices y libres en un espacio infinitamente abierto y cómodamente esponjoso. Es en ese lugar donde algún día las volveremos a encontrar, no sabemos cómo ni por qué, pero esa convicción nos deja tranquilas.
No es hasta que enfrentamos nuestro primer encuentro con la muerte en que realmente dimensionamos lo que significa esa palabra. Esta primera muerte suele ser la de nuestra mascota de infancia. La que nos acompaña cada día en nuestros juegos, cuando dormimos, al comer, al llegar de la escuela o el jardín. Siempre está ahí, esperándonos e irradiando esa energía positiva que nos hace sentir queridos y parte de algo, de un mundo que aún no entendemos pero que sabemos, nos trasciende. Nuestro animalito nos proporciona una conexión con la naturaleza.
Un niño y un animal son una de las pocas cosas puras e inocentes que hay en la Tierra. Es quizás por esto que cuando somos chicas queremos tanto a nuestras mascotas, por ese vínculo. Nunca volveremos a experimentar esa conexión en la vida, y difícilmente algo nos alegrará de forma tan simple y constante como la compañía de un ser vivo incondicionalmente a tu lado.
Por desgracia, a esa edad aún no entendemos que incondicional no necesariamente equivale a eterno. Y eso puede ser violento, crudo y difícil. Tu peludo mejor amigo o amiga de pronto ya no está, y no sabes bien que le ocurrió. Por primera vez en tu vida, algo te dice que para alcanzar ese lugar esponjoso donde imaginas que debe estar - ese cielo libre y amplio - no existe escalera suficientemente alta. Sabes, aún cuando por lo pronto no sepas ponerlo en palabras, ese ser lleno de vida no volverá.
Y es que así es la levedad de la vida. Algo se nos va, algo se nos muere, y parte de nosotros se va también. Pero una vez que vivimos el primer duelo de nuestras vidas, volvemos a nacer, y es sólo en ese momento en que más allá de entender el significado de la muerte, entendemos el de la vida.