Para muchos románticos, la lluvia tiene un poco de poesía. Consideran increíble disfrutarla sin paraguas, chapotear sobre las pozas o mirarla a través de sus ventanas. Sin embargo, mi realidad es diferente: odio la lluvia, sea en casa o en la oficina; sola, acompañada o en la calle. Aunque es peor este último escenario, sobre todo si se da en un día de semana. La sola idea de tomar el transporte público - con gente mojada y apretujada - o ir en un auto, con el bamboleo constante del limpiaparabrisas y las gotas de agua entorpeciendo la vista, me pone de los nervios. Es mi idea más cercana al caos absoluto.
Creí que mi aversión a la lluvia se debía a su presencia en un día triste. Uno que siguió a una despedida, como en las películas. Pero haciendo memoria, es un tema de larga data. Recuerdo que cuando era niña, este fenómeno climático entorpecía mis planes, dejándome encerrada en casa, viéndola caer tras el cristal de mi ventana, como un pez en la pecera. Incluso llegué a inventar una canción, para rogar a San Pedro que detuviera el aguacero e hiciera al cielo despejarse. Ya adulta, a las incomodidades de desplazamiento que implica un frente de mal tiempo, se suman las veces en que los autos levantan olas - dejándome empapada - y las grises tonalidades del cielo, que llenan mi corazón de un extraño descontento.
Por supuesto, como en todo, hay momentos excepcionales en que sí he disfrutado la lluvia. Ejemplo de ello es cuando irrumpe en medio del extremo calor estival; al oírla mientras duermo, cuando caen granizos o ante la sublime visión de un arcoíris. También tengo otras vivencias específicas en las cuales la he amado, como un romántico paseo en lancha, aderezado por un aguacero sorpresivo; las tardes en que tomé fotos de un Santiago lluvioso - y bastante menos colapsado - o las veces en que mi viejita me recibió con la estufa encendida, una sopa caliente y mimos generosos. Lamentablemente, es lo excepcional de aquellas instancias el factor que las hace únicas y al menos dos de ellas - en mi caso - no volverán a concretarse. Así es que, por mientras, sigo odiando la lluvia.
Y a ti, ¿también te pasa?