La hora cambió, pero nuestros cuerpos aún necesitan de los tibios rayos del sol: ver un cielo azul, escuchar las aves y saber que el mundo sigue funcionando mientras estamos en la oficina. Por eso, una pequeña gran cosa increíble, es salir antes del trabajo.
Mi jornada termina a las 19:00 horas, por lo que apenas el reloj las marca salgo disparada del encierro. Pero hace algunos días - y luego de unas horas de tensión -, el jefe nos autorizó a retirarnos temprano. Crucé la puerta de la oficina y no lo podía creer: se veía el sol, las personas paseaban con sus mascotas y en el jardín infantil del frente, los niños cantaban a voz en cuello.
Caminé lento, pensando que haría con esas horas, con esos minutos únicos de luz, de sol y de aire. Mientras lo hacía, por fin sentí hambre, miré la oferta de productos en la cuneta y también vitrineé zapatos, porque las tiendas estaban abiertas. Creo que por unos instantes me sentí feliz, alegre de ver que el mundo se movía y que la vida continuaba fuera del reducido espacio en que invierto mi tiempo para ganar dinero.
Me sentí tan bien, que quise compartir mi felicidad. Pensé en mi gato encerrado en casa y me dispuse a volver a mi hogar, para dejarlo aprovechar el sol jugando en el pasto. Si alguien valora las horas de luz tanto como yo, estoy segura que es él, ya que por las noches sólo sale bajo mi estricta vigilancia, seguido por mi linterna.
Sentada en el patio bajo el árbol, mirándolo correr y subir a las paredes, me planteé buscar una actividad que me permita salir más temprano, para disfrutar de esas cosas que a la luz del día son más lindas. Me sentí feliz.
Ojala pudiéramos tener más momentos libres, para compartir con los que amamos y pasar horas sentados en el pasto, mirando las nubes.
Y tú, ¿qué haces cuando sales antes del trabajo?