Debo reconocer que costó mucho decidirme a escribir acerca de este tema. Creo que, para todo hombre que vive en una sociedad aún machista, admitirlo es signo de debilidad, de cobardía o hasta de ser tildado de poco masculino para llevar la relación. Sin embargo, habiendo pasado ya cinco años y varias sesiones de psicoterapia, me siento preparado para contarles. Además que hoy vivo un escenario completamente distinto, con una novia que me apoya y sobre todo entendió las espinas que traía por lo vivido (todos las traemos a una nueva relación, pero éstas se sienten distinto).
Comenzaré por decir que nunca imaginé vivirlo. A los 27 años uno cree haber experimentado un poco de todo. Más aún que yo no he tenido mala suerte en el amor, ni me siento un hombre yeta. No podría decir algo así, sería injusto. He estado con varias personas a lo largo de mi vida y con múltiples aprendizajes, pero también sabores amargos como en este caso. Y es que uno podrá imaginarse de cornudo, de peleas por celos, por infidelidades o hasta porque uno ande bajoneado en la cama, pero pensar que serás víctima de violencia, jamás. Y para aquella chica que esté leyendo esto, quiero transmitirle que duele igual, independiente del género, sólo que los hombres solemos hacernos los fuertes, guardarnos las emociones o simplemente no reconocerlo para no preocupar a nadie.
Fui víctima de violencia física por mi (ex) pareja. Es una oración simple, pero potente y que aún mueve hilos dentro de uno. Sin darme cuenta, entré en ese espiral que no tuvo vuelta hasta que se acabó la relación.Y es que entre las cosas que pasan cuando conoces a alguien nuevo, no tienes la bola de cristal de saber qué lado B sacará.
¿Cómo sucedió? Al principio, en el periodo de enamoramiento – o período “conejo” como decían algunos profes – todo maravilloso, sonrisas, regaloneos, pasarlo bien y compartir de todo. Pero rápidamente las cosas tomaron un tinte distinto. Creo que fue a la segunda o tercera discusión por algo cotidiano, no lo recuerdo muy bien. Estábamos en mi departamento y yo soy malo para discutir. Prefiero callar antes que decir algo hiriente, hasta que exploto. Luego aprendí que era echarle más bencina al fuego hacer eso.
La primera vez fue en público. Eso lo hizo aún más difícil. Recuerdo que estábamos cerca de donde mi hermano, para un evento social. Yo, en un momento impulsivo de la vida, había tenido rápidamente la idea de convivir, a pocos meses de habernos conocido. Ella, que se describía como “intensa e impulsiva”, se enojó por algo que hoy no tiene sentido alguno detallar, creo que fue porque no había llevado un abrigo. Pero entre los epítetos e insultos que me lanzó, a los que yo no respondí (me había acostumbrado a esa sumisión de quien evita conflictos) levantó su mano derecha, palma abierta, amenazante de una cachetada. Pero no la lanzó ahí. Yo le dije que no podíamos estar tratándonos así y que me iba a retirar, por lo que ella debía hacer lo mismo e irse donde su familia. Salimos a la conserjería del edificio donde estábamos, para no hacer escándalo en el evento, y conversamos allí. Quedamos de acuerdo de dormir separados ese día, cada uno en su lugar. Y al irme devolviendo donde mi hermano siento sus tacos, acercándose rápido. Pensando que quería decirme algo más o arreglar algo, me di vuelta. Fue entonces cuando recibí un golpe, de puño cerrado, justo detrás de la oreja derecha, quedando un pequeño chichón por unos días. Me llegó a retumbar el cráneo. Sin atinar a nada, me afirmé, mientras ella se retiraba en un taxi. Fue la primera de muchas.
Como dentro de todo uno sabe cuando las cosas van incorrectas, esa vez terminé de inmediato. Sin embargo y en esas decisiones que todas las personas enamoradas me entenderán, después de un par de meses volvimos. Craso error. Tengo que seguir aprendiendo sobre esas señales que debes terminar una relación.
Al volver a la convivencia, las discusiones estaban a la orden del día. Podía ser por lo que haríamos de almuerzo o porque trabajé hasta más tarde de lo esperado. La dinámica siempre fue la misma: discusión pequeña, yo callado para evitar que escalara, ella insultando, yo abrazando, ella y yo con angustia intensa, para luego inevitablemente terminar en un golpe, una cachetada, un objeto lanzado en mi dirección (como un vaso, un zapato, un plato o un tazón) y más de un rasguño producto de frenarle los brazos y las piernas.
Casi sin darme cuenta, ya llevaba nueve meses de soportar eso. Lo físico y lo psicológico (que duelen por igual, es cierto lo que dicen las noticias); uno deja marcas visibles y el otro no. Recuerdo que tuve que avisar en la U muchas veces que me encontraba enfermo o que tenía algún problema grave, para no asistir y evitar que me vieran sufriendo o marcado. Tuve que aplazar varios ramos para poder dormir, porque las noches eran un infierno de gritos, palabras irreproducibles, empujones y golpes.
Claro, a lo mejor se preguntan por qué no la detuve usando mi fuerza o de otra manera. Bueno, simplemente porque no todos los hombres somos violentos por naturaleza. A mí me paraliza la violencia y más aún, me desconcierta. Por otro lado, nadie creería que uno es el violentado; siempre será visto como el victimario, el agresor, el machista o el violento. Y ella lo sabía, por eso varias veces amenazó que si yo comentaba o hacía algo, me iba a denunciar y se iba a provocar lesiones, porque a ella le iban a creer. Tal como en la película Perdida (Gone Girl) , su plan era maquiavélico y uno contra las cuerdas. Se las recomiendo para entender a lo que puede llegar alguien.
Yo dudo que lo haya hecho de mala, no creo en ese tipo de maldad en las personas. Yo creo que no se daba cuenta del daño a ella misma y a mí. Eran más fuertes que ella las ganas de desahogar rabias, angustias o lo que fuera que sentía por mi en ese momento. Según mi psicóloga, esas personas más inestables son las que buscan con mayor razón aferrarse a las personas tranquilas y que evitan conflictos como yo. Me hizo sentido. Yo no soy un santo, ni pretendo quedar como uno, pero terminé culpabilizándome y buscando alguna explicación a algo que es inexplicable e inexcusable, como la violencia en la pareja.
Finalmente tuve el valor de por fin contárselo a mi familia y amigos al noveno mes, que fue cuando decidí terminar con ella. Nunca supieron los detalles. Creo que sólo yo los sé, y ahora en parte ustedes. La vergüenza de repasar lo sucedido todavía me bloquea contarlo. Lo que sí, el apoyo fue transversal: esto se acababa y para siempre. Así ha sido hasta hoy y así espero se mantenga. Por supuesto que terminar implicó amenazas, incluso de quitarse la vida, cosas que costó mucho despejar en mi angustia. Avisé a su familia, quienes entendieron y tomaron la responsabilidad de cuidar a esta persona, que se pasó de ser la mujer que amaba a un enemigo letal.
Hoy escucho en las noticias y veo los movimientos feministas u otros protectores contra la violencia hacia la mujer y lo entiendo perfecto. La impotencia, la caída de autoestima, las marcas físicas y huellas psicológicas que deja la violencia son muy potentes. La próxima vez que vean a un amigo – hombre – triste, silencioso, acongojado, complicado con la pareja o escondido pregunten: quizás está viviendo el mismo infierno y no cuenta con nadie.
Creo que todos podemos llegar a ser parte de esto. Y para que vean lo invisible que es, estuve un montón de tiempo buscando una imagen ad hoc que mostrara la violencia hacia el hombre. Ustedes, ¿han pasado por algo similar?