A las que somos apasionadas por la lectura, nos encanta sumergirnos dentro de las historias que leemos. Nos encanta vincularnos con los personajes, sentir los escenarios e imaginarnos las situaciones. A veces nos involucramos tanto, que llegamos a desarrollar vínculos emocionales con los libros ¿Es eso una locura? ¡Es inevitable!
Una cosa realmente increíble es cuando terminamos de leer un libro muy bueno, con el que sentimos una conexión. No importa si es John Green, Ernest Hemingway, Isabel Allende, Oscar Wilde, Shakespeare o Jane Austen; en gustos no hay nada escrito. Creo firmemente en que para que un relato sea considerado bueno (para ti) sólo tiene que gustarte, nada más. No importa lo que diga la crítica, si el universo al que te hace entrar el autor mueve tu mundo, es entonces una excelente obra.
Cuando ya casi acaba nuestro libro, hay momentos dramáticos en que realmente quieres dejar el dejarlo a un lado y seguir con tu vida... ¡Sólo por el hecho de que no quieres que acabe jamás! Lo que ocurre cuando te decides a finalizarlo, y cierras la tapa final (o llegas a la última hoja de PDF) es una sensación con la que desearías vivir siempre: estar cautivadas por las palabras, conmovida por la historia, presa de una extraña sensación de paz.
¿A alguien más le ocurre esto?