Siempre he sido muy mañosa en lo que a comida se refiere. No me gusta el pimentón, ni el zapallo ni el ajo. La leche me da náuseas y no soy para nada fanática del helado. Lo sé, ¡soy una chica bastante rara! ¿A quién no le gusta el helado? Pues, ya conoces a alguien.
Pero lo más raro no son las cosas que no me gustan, sino lo que precisamente me gusta comer. Como ya he vivido mucho tiempo con este secreto, creo que llegó el momento de revelarlo: me encanta comer ají. Sí, tal como lo leíste. ¿No me crees? Lo diré otra vez, pero con más emoción: ¡amo comer ají!
Lo más loco de todo es que no como un pedacito pequeño, de esos que se asoman en el pebre. Claro que no. Yo me como un ají entero, a puros mordiscos, como si fuera una manzana. ¡Pero qué manzana más picante! Y si hay algo demente en todo esto es que, mientras más me pica y duele la lengua, más ganas me dan de seguir comiendo. ¡No puedo parar! Y es que parece que no sólo estoy loca, sino que también tengo algo de masoquista dentro de mí. ¿No te pasa?
Con el paso de los años y después de haber probado muchos ajíes, te puedo decir con certeza y seguridad cuáles son mis favoritos. Primero, el ají en vinagre. Brutal y delicioso al mismo tiempo, me demoro algo así como una hora en comerlo porque su alta acidez hace que pique el doble. Y, en segundo lugar, el clásico ají verde untado con sal. ¡Un verdadero manjar!
Y tú, ¿compartes esta locura mía?