Todas hemos ido a la feria más de una vez. Quizás la visitemos cada fin de semana. En un primer análisis, no parece un panorama muy agradable, ni para nosotras ni para nadie. Y es que, ¿a quién le gusta cargar bolsas, caminar mucho, oler cosas extrañas y toparse con una multitud apurada?. Desde pequeñas se nos enseñó que en la bolsa o carrito, primero iban aquellas cosas imposibles de aplastar, y encima lo mas delicado. También se nos dijo que debíamos mantenernos cerca de nuestras madres o nos perderíamos en la muchedumbre. Pero más allá de estos datos convencionales, poco y nada se sabe sobre las maravillas que se esconden en este lugar. Es más, puede llegar a ser un verdadero paseo/aventura, en búsqueda de tesoros, nostalgia y emociones.
Hace un tiempo, yo era de esas personas que detestaban con todo su ser ir a la feria, ver gente amontonada y sudada, oír los gritos de los feriantes y sentir olores desagradables. La ansiedad de terminar las compras rápido me superaba, pero cuando conocí a mi pareja actual todo eso cambio. Él es feriante y sabe disfrutar de esto que terminó siendo su vida. Me enseñó a elegir bien las frutas y verduras, a negociar precios, a darme cuenta si intentaban meterme el dedo en la boca y lo más importante: a disfrutar la feria conociendo a su gente, sus espacios y la sensación de que puedes encontrar cualquier cosa, casi como si esculcaras en una caja llena de recuerdos.
Nunca pensé que además de feria, la cosa también en ciertas partes se convierte en persa. Aparte de escoger entre la típica fruta y verdura, puedes hallar también: ropa, accesorios, tecnología y cuanto te puedas imaginar. La gente bota muchísimas cosas que ya no usa o que simplemente ya no le gustan, pero hay gente que busca estos objetos y les da valor. Así, puedes comprar consolas de juegos a sólo $2.000 (ideales para coleccionistas), tazos a $100, laminas de antiguos álbumes incompletos a $50, etc. La adrenalina que provoca pensar que te encontrarás con la muñeca con que jugabas de niña, la mochila que tu mamá te compró para ir al colegio y la figura de acción que tanto querías (y que tan cara estaba en las tiendas) es suficiente como para motivarte a ir cada fin de semana a las 9 en busca de nuevos tesoros.
Como yo, existen más personas que van a buscar objetos para luego revender a un precio más competitivo. Los feriantes poco y nada saben de cuánto vale lo que encontraron, por eso de repente pillas cosas caras muy, pero muy baratas. Y es ahí donde hay que atacar. No les digo que se vuelvan unas busquillas, pero si que cuando vayan a la feria, tengan los ojos bien abiertos al cúmulo de recuerdos y piezas de colección con que se podrían topar.