Desde que empezamos a usar sostén, nuestras vidas cambian para siempre. Se transforman en parte indispensable de nuestra indumentaria. Empezamos a darle más atención a nuestros pechos (y claro que deberíamos), junto a la forma en que los cubrimos.
A medida que crecemos, nos vamos dando cuenta de los mil y un tipos de sostén existentes, adaptables a cuantas formas y tamaños de senos puedas imaginar. Aprendemos la importancia de un sostén deportivo (especialmente en actividades como correr o dar saltos) y la imperativa necesidad - a veces - de usar más de uno.
Básicamente, el sostén es lo que mantiene todo en su lugar. No importa lo terrible que sea un día; si no encontramos las llaves o si se nos quedó el celular en casa. Nuestro pecho en su lugar es una mini victoria.
Entonces ¿qué hacemos cuando vamos con las manos ocupadas, apuradas, camino a la pega, por una vereda llena de gente, y de pronto sentimos que nuestro fiel amigo se desabrocha?
Si son como yo, lo primero que harán es maldecir al mundo, la ropa que eligieron y no haber comprado otro sostén. Seguro soltarán un garabato disimulado. Intentarán apretarse el pecho con los brazos o lo que puedan, y caminarán lo más rápido que les permitan sus piernas - intentando rebotar lo menos posible- hasta llegar al trabajo / rincón / restaurante / lugar seguro que les permita dejar todo nuevamente en su lugar.
Y claro, esta vez se asegurarán y quizás hasta le pondrán un clip y un cordón. Porque una cosa es llegar a la casa al final del día, sacarse el sostén y dejar que todo respire; pero cuando tienes un día de locos: ¡lo último que quieres es sentir cómo todo se desparrama!.