“Todos los hombres valen callampa” fue una tremenda frase dentro de una novela que miles de chilenos vieron y siguieron. Para mí, fue una estocada. Y es que cuando Paz Bascuñán acuñó esta frase, venía de ser dejada casi en pleno altar. Meses después, una connotada periodista apareció publicando en su Instagram todos los preparativos de su boda para luego suspenderla sin mayor explicación. Pues bien, yo les quiero contar mi historia desde el otro lado de la moneda. Desde el arrepentido, muchas veces odiado, tratado como “cobarde”, “poco hombre” o demás epítetos.
Mi caso lo voy a contar directo: me arrepentí un mes antes de mi boda. Cuatro años de relación, más casi uno de preparación del evento (civil y religioso). Pero nada. No ocurrió. Y creo es justo desahogarlo, contándoselos para que entiendan que uno tiene sus puntos de vista y emociones al respecto también. Se los cuento tal como se los conté a mi gente cercana, que en su momento me apañó, y me encantaría que provocara reflexión, diálogo y no sólo insultos ni solidaridad femenina ciega.
Es difícil ser un hombre a la antigua en estos días. Me considero de esos caballeros, que abre la puerta del auto, que saluda para las fechas importantes y que apoya en lo que se necesite el otro. No soy de dar vuelta la cabeza para mirarle el trasero a una mujer, pero sí de mirarle los ojos y sonreírle. Tengo mi lado coqueto y liberal, pero lo controlo estando en pareja. Aunque siempre cueste, soy fiel.
Con ella nos conocimos en la pega – como suele pasar - . Cuatro años mayor que yo, pensé que su vida resuelta en lo laboral, con los mismos valores y proyecciones en lo personal y familiar, eran suficiente para ir creando un enamoramiento que al poco tiempo idealicé. Para mí, ninguna se acercaría a tener las cosas tan claras como ella. Y yo me sentí feliz con eso. Al segundo año juntos, comenzaron los problemas. Mejor dicho, el problema fueron los celos. Yo nunca me había metido con alguien celosa, incluso lo encontraba tierno antes. Pero aquí descubrí que no era para mí. No poder contestar llamadas al celular, ni salir a trabajar hasta más tarde, ni visitar amistades propias o incluso que ella se alejara de sus propias amigas “porque te estaban mirando mucho”, empezó a mostrarme que esto iba más allá de lo tolerable.
Debí terminar ahí, ahora lo sé. Son señales de cuándo terminar una relación. En ese momento transaba todo. Siendo una mujer con tantos talentos y buenas virtudes valía la pena transarlo. Pero continuamos juntos, sufriendo por los celos durante los siguientes tres años . Yo no daba más , así que luego de aguantar casi cuatro años de celos, le empecé a mentir. Nada terrible al principio, quedarme a tomar una cerveza con un amigo – no soy tomador - , o escribir a escondidas a mis amistades pidiendo disculpas para no ir a sus cumpleaños porque se enojaba. Pero tampoco me acompañaba dichos eventos, ni aceptaba terapias o intentaba que buscáramos estrategias para mejorarlo. Para ella, no había otra forma de ser en pareja.
Cuando ya no pude más con eso, tuvimos un quiebre, una pelea importante: yo le dije que no daba más. Que había aguantado harto con sus celos y que me había vuelto un hombre mentiroso, cosa que nunca fui. Allí ella lanzó la frase: “Si me quieres a mí entonces sólo puedes demostrarlo si te casas conmigo”. Y ahí mismo se lo pedí, sin dudarlo.
Craso error. No lo pedí por amor. Lo pedí porque sentí era la única forma de darle seguridad y disminuyeran sus celos. El año que preparamos la boda, fue un trámite tras otro, una junta tras otra para contarle a la familia, sin tiempo de arreglar estos temas importantes aún en disputa. En una sana conversación con mi padre, de a dos, vino en mano, me dijo: “¿estás seguro que te ves en esto toda la vida?” y ¡paf! Hizo click. No podía casarme con quien me volvía mentiroso. No podía casarme con una vida gris y sin más espacio que las cuatro paredes con ella. No podía transformarme en lo que no quería. Y eso cada vez ocupó más espacio en mi mente.
El segundo momento fue darme cuenta que nunca hubiera querido engañarla. Ni meterme con otra, ni querer arrancar de su control. Quería hacer las cosas bien, y ser lo suficientemente hombre para reconocer el error de habérselo pedido sin resolver nuestros problemas. Fueron meses de angustia, de no dormir , bajar de peso, pensando en cómo sacarme la vergüenza de decirle que no quería. Además, tenía que estar 120% seguro de lo que iba a frenar. Y así entrábamos a las charlas matrimoniales , poniendo cara de que nada pasaba, pero dudoso en que las cosas llegaban hasta allí.
Fue entonces cuando sucedió: en plena charla matrimonial. Un mes antes preciso antes del civil se armó un asado entre las parejas que se casaban. Ella alzó la voz y me dijo: “¿por qué das tu teléfono a las otras parejas? ¿Acaso quieres tener el contacto de las minas?” . Y todos voltearon, en una escena que recuerdo medianamente. Fue la gota que rebalsó el vaso. Esto no podía ser.
Lo que ocurrió después fue un espiral rápido. Al otro día había cancelado el local, el civil y la Iglesia. Habían sido meses y años de no sentirme feliz y aguantar. De querer transar y cuidarla y buscar la mejor manera. Pero no se logró. Así, a los dos días , la cité y le dije que el matrimonio no iba. Fue una de las escenas más tristes que yo al menos he vivido. Pero estaba muy claro. Nunca lo entendió.
Fue para mí la mejor decisión de la vida. Conocí años después a la mujer correcta. Nos complementamos y solucionamos nuestros problemas con tranquilidad y respeto. Y espero que ella también haya rehecho su vida.
Sé que muchas me dirían que me odiarían igual. Yo sólo quiero transmitir lo que está detrás de una decisión así desde la experiencia masculina. Y agradezco se den el tiempo de leerla antes de juzgar.