Allá por el 2013, comencé a trabajar en una conocida tienda de retail, en la sección mujer vieja adulta. Era entretenido, pese a que tenía que estar todo el día de pie (ouch!). El ambiente en general era bien bueno. Excepto por una persona, una compañera de trabajo que para mi muy mala suerte, la pusieron en mi mismo punto. Me cargaba porque ella no hacía nada aparte de ir a M.A.C a maquillarse, conversar con casi todo el piso, estar todo el día Whatsapp/Facebook y tomarse casi 2 horas de colación. La verdad es que me habría dado lo mismo de no ser porque a mí me tocaba hacer toda la pega. Además, odiaba el hecho de que tuviera mucha suerte y nunca la pillaran.
Y así pasaron los días, hasta que no sé por qué, pero la escuché parlotear con alguien sobre su vida amorosa, y como soy metida, opiné. Puedes creer que se enojó, pero pasó todo lo contrario: me dijo que era genial que alguien la entendiera y que gracias por el consejo. Yo quedé un poco confundida con su reacción, y decidí escucharla. Pasó que teníamos muchas cosas en común y pensábamos parecido, tenía más historias que Papelucho, y muy graciosas. Como fuimos agarrando confianza, la mandaba sutilmente a trabajar o a que al menos me ayudara. Después hasta nos turnábamos para ir a maquillarnos, pero yo era una chica Benefit. Pasado el tiempo, me fui para empezar a estudiar y ella se cambió a un trabajo mejor; sin embargo nos hicimos las mejores amigas. Tanto que hablamos casi todos los días, salimos a tomarnos un café o a bailar y nos apoyamos en nuestras malas rachas. A veces pienso en que, quién lo diría, pero de mi enemiga pasó a ser mi mejor amiga. Aunque en realidad, no creo que sea a la única que le haya pasado, ¿o sí?.