Soy súper desordenada, y ahí precisamente es donde radica mi locura: así y todo, no soporto una cama mal hecha: me gusta ventilada, estiradita, con la misma cantidad de centímetros de sábana o frazada colgando a cada lado, los cuales no calculo con una regla (nunca TAN loca) pero sí al "ojímetro". Este paso lo reviso muy bien, porque si en un lado cuelgan hasta el suelo y al otro apenas alcanza a tapar, en la noche alguien quedará expuesto al frío. Además, soy una defensora del equilibrio y la justicia, me gusta igual para todos, por lo que en mi cama la desigualdad no puede ocurrir.
Adicional a mi aprecio por la equidad, es esencial que en la cama no debe quede ninguna arruga, y para qué hablar delas migas de pan: ¡no las tolero!. Lo más triste es que ¡odio hacer la cama!, pero si le delego esa tarea a mi pareja, no conseguiré los resultados que quiero. A él, por supuesto, le da lo mismo cómo luzca mientras se pueda acostar, y no entiende mi manía de quererla tan "perfecta". Muchas veces nos hemos enfrascado en discusiones sin sentido, en las cuales le reclamo su poca prolijidad, la que él defiende argumentando que soy demasiado quisquillosa con algo que "no tiene importancia". A veces trata de engañarme diciéndome que hizo la cama, pero me doy cuenta al momento que sólo la estiró.
Por lo mismo, tampoco comprende cómo es que yo no puedo dormir en una cama con sábanas motudas. Para mí, las sábanas deben ser de buena calidad, y créanme que no he necesitado invertir miles de pesos para lograrlo: simplemente hay que tener buen ojo y no comprar las peores tampoco.
Es que de verdad, amigas: mi cama debe estar olorosita, estiradita y suave, para que yo me acomode y descanse de verdad. Estas "mañas" son heredadas de mi madre, quien tampoco soporta las motas ni las camas hechas a la rápida. La pieza puede estar patas para arriba, pero mientras nuestra camita se encuentre perfecta, todo estará bien.
Y tú, ¿compartes mi manía?