La Fe bahá'í trabaja por la unidad de la raza humana, de las religiones y de Dios. En este contexto se sitúa nuestra linda historia de amor, que se remonta al año 2008, cuando en medio de distintos encuentros regionales y nacionales, nos conocimos. Yo tenía 15 y él, 16. Siempre conversamos, nos reímos, cantamos, pero nunca nos vimos como pareja. Sebastián, pertenecía a la comunidad de los Ángeles y yo a la de Chillán. Nos veíamos sólo en estos encuentros, por lo menos una vez al año, hasta que un día Cupido se interpuso entre nosotros.
Las conversaciones se hicieron más constantes; hablábamos todos los días sobre cómo poder mejorar nuestras acciones, ayudar a otros, apoyar a las comunidades, y asumir nuevos desafíos. Todo fluía dado que llevábamos vidas muy parecidas: ambos universitarios, viviendo en ciudades distintas a las que crecimos, lejos de nuestros padres, con harta actividad. Estábamos a 8 horas de distancia, pero la tecnología nos permitía apoyarnos incondicionalmente como buenos amigos.
Luego de pasar lindos momentos en una conferencia de jóvenes bahá'ís de Sudamérica, empecé a notar que Seba se comportaba un poco extraño y eso no me gustaba porque era mi amigo. Así que conversamos y le expliqué que no tenía intenciones de iniciar una relación, a lo que él respondió que sólo quería que nos conociéramos. En el fondo, le rompí el corazón. Hasta el día de hoy me arrepiento de haberlo tratado tan mal.
Así paso un mes, en el cual seguimos hablando como siempre. Sólo que ahora fui yo quien comenzó a extrañarlo, a querer hablar con él en todo momento, y me di cuenta que estaba confundida.
Se acercaba mi cumpleaños, y un matrimonio amigo vendría a visitarme en relación a las actividades bahá'ís. Llegarían justo el día de mi cumpleaños, lo que no me permitió viajar a Chillán para celebrarlo en familia, pero haría algo sencillo con mis partners más cercanos. Cuando se aproximaba la hora, dos amigas vinieron a buscarme para recoger a otra, en cuya casa me habían preparado ¡una fiesta sorpresa!. Lo que más me impresionó es que estaba Seba con una torta. Él organizó todo junto a otras amigas desde su ciudad. Aluciné con el gesto y ya no tuve duda alguna: yo quería estar con él. Todo su esfuerzo y perseverancia - a pesar de mi negativa -, eran la mejor prueba para estar segura de que realmente me quería.
Y así comenzó una hermosa etapa, de conocernos y querernos cada día más. Fueron días en que la distancia era realmente agotadora, pero gracias a Skype no la sentimos tanto. Nos seguimos apoyando como siempre, viajando mucho e intentando conocernos en todas nuestras facetas. Así, no paso más de un año cuando ya decidimos ser compañeros de por vida y conocer a nuestras familias para dar el gran paso. Aunque somos jóvenes, nos sentimos seguros. Nos conocíamos hace tanto tiempo sin ninguna intención de por medio, que sabíamos realmente cómo éramos. No había desconfianzas, ni "máscaras" para enamorar al otro. La "bendición" de nuestras familias fue el broche de oro para una historia que pintaba perfecta.
Hoy estamos en una etapa llena de amor, preocupación por el mejoramiento del mundo, vida social, compañerismo, responsabilidades y flexibilidad. Al cumplir 7 meses de matrimonio, nos enteramos que una personita más se nos sumaría a nuestra pequeña familia. Y ya en nuestro último mes de embarazados, nos sentimos felices de todos los regalos que Dios nos ha dado, la ayuda para superar los desafíos, y el gran regalo que nos puso en nuestro camino. Sí, nos casamos jóvenes, a una edad en la que quizás la mayoría tiene miles de prioridades antes que enlazar sus vidas con alguien, pero ¿les digo qué?. ¡Somos inmensamente felices! Y, si tienes la certeza de haber encontrado a la persona perfecta, entonces ¿para qué esperar?