Existen momentos en los cuales nos damos cuenta de que el cuerpo es una cosa y el corazón, otra. Espacios donde nuestra razón no parece aceptar la idea de que el lado carnal sólo responde a estímulos agradables, y por lo mismo, recurre constantemente a la fuente de donde provienen estas sensaciones.
Al menos ese fue el hilo por el cual me dejé llevar cuando me encontré pensando en mi primer amor mientras estaba en la cama con otro. No me malinterpreten: no podía estar más feliz de haber cortado el círculo vicioso en el que había caído esa relación. Además, ya había pasado tiempo suficiente para hacer duelo, curar las heridas y salir al ruedo. Pero ahí estaba, después de una "cita ardiente" -como dicen en las películas dobladas-, intentando descubrir por qué las imágenes que venían a mi cabeza eran de las otras "primeras veces".
Quien diga que nunca ha comparado a sus parejas está mintiendo y lo sabemos todos. La cortesía nos ha programado para responder con un "él/ella simplemente era diferente" o "cada cual tiene su estilo", cuando el otro inquiere por un romance pasado. También podemos mentir - o ser honestos - y decir que era muy malo en la cama. Lo que no se puede decir, jamás de los jamases, es que era mejor.
No obstante, insisto, estaba tendida boca arriba con las sábanas de su cama tapándome hasta el cuello, pensando en que la conexión se sentía en un tono diferente y no estaba segura de qué tal me resultaba. El sexo no había sido malo, pero tampoco había sido lo que yo esperaba. Ahí estaba la cosa... Yo esperaba encontrar en él algo mejor o igual a lo que ya conocía. ¿Y cómo sentir distinto, si mi primera vez (y las siguientes) habían sido realmente geniales? Aunque suene como cosa de cuentos, mi ex y yo teníamos una química innegable, una suerte de ritmo que nos costó descubrir, pero con el que finalmente dimos tras explorarnos de modo natural y casi inocente. Por eso, ahora me sentía muy confusa y terrible.
Por suerte, el "hombre presente" estaba dormido, lo que me dejó espacio para sentirme culpable y mandarle un detallado WhatsApp contándole lo sucedido a una muy buena amiga.
Llegaron sus mensajes de respuesta con las preguntas de rigor: que si el chico actual había sido malo en la cama, que por cuánto tiempo nos conocíamos, que si acaso yo soy muy exigente en el dormitorio e incluso que si me propuso alguna "indecencia" que me haya descolocado. Le respondí que claramente no hubo fuegos artificiales ni llegué a ver unicornios, pero me gustaba mucho y por lo mismo me estaba sentía incómoda con todo el asunto de las apariciones del ex como fantasma.
Finalmente, tras muchos emojis y palabras cruzadas, mi amiga me iluminó con su sabiduría: tal vez, los ex pueden significar una sumatoria de experiencias, un crecimiento en todo sentido y, por lo mismo, una guía en lo que a búsqueda del placer se refiere. En otras palabras, tal vez debí tener esa conexión previa para descubrir qué me gusta y qué no. Quizás podría encontrar una forma de comunicar estas mismas cosas -con mucha sutileza- a mi nueva pareja.
Por supuesto que nunca va a ser igual. Cuando lo pensamos desde un punto de vista casi budista, ni siquiera con la misma persona se tiene el mismo sexo dos veces. Lo primero, entonces, era ver el pasado como una ganancia y el presente como un desafío. ¿Tal vez despertar al Bello Durmiente y en un acto pícaro darle instrucciones? ¿Tal vez armar un juego para más tarde, algo como una "Búsqueda del Tesoro" con pasos guiados, pero sexy?
Comparar no es malo. Incluso en este caso fue casi que saludable. Lo malo habría sido esperar repetir la historia; leerla calcada dos veces. De todas maneras, ¿para qué volver a lo ya conocido, cuando lo nuevo puede ser mucho más atrayente?