Cuando te toca vivir en un lugar que no te gusta, todo lo malo se ve peor y la luz al final del túnel no aparece nunca. El clima se siente más extremo, las distancias más largas y los días interminables. La gente te parece extraña (¡y a veces pesada!), la comida con menos sabor y todo te recuerda que no estás donde perteneces.
Pero por mucho que extrañemos nuestro hogar, hay formas de sobreponernos a la vida en un lugar ajeno.
Lo primero es apreciar lo bueno que tiene el sitio donde nos encontramos. Debe existir gran variedad de actividades por hacer, comida nueva que probar o cultura que explorar. Todo esto aporta a las experiencias de vida.
Además, no importa dónde estemos, siempre habrá gente interesante que conocer y con quienes relacionarnos. Tal vez hagas amigos maravillosos o encuentres al amor en la ciudad en que vives ahora. Debes considerar que, de no haberte ido de tu lugar de origen, jamás los habrías conocido.
Finalmente, recuerda que siempre tendrás tu hogar ahí, esperando que vuelvas a visitarlo. Y créeme que después de sentirte expatriada durante semanas, meses o años, no hay sentimiento más reconfortante que volver a tu casa. Y esto es algo que la gente que siempre ha vivido en el mismo lugar, no tiene.