Todas pasamos por esa etapa en que odiamos vivir con nuestros padres. Detestamos que invadan nuestro espacio o compartir la habitación, pero aborrecemos especialmente el que todas las discusiones terminen con un "mientras estés bajo mi techo".
Tarde o temprano comenzamos a sentir esa necesidad de salir al mundo a probar de qué somos capaces. Y como el universo siempre nos da lo que deseamos, de alguna forma logramos la ansiada independencia. Quizás conseguiste un trabajo, te aliaste con una amiga o -en mi caso- entraste a una universidad en otra cuidad. El punto es que encontraste la forma y no puedes más de la emoción.
Pero amiga, déjame decirte que la emoción dura sólo unos 20 minutos, porque apenas tomas la decisión de dejar la casa de tus papás se presenta el primero de los muchos desafíos que se te vienen: informarle a tu familia.
Nunca es fácil contarle a tus padres que te irás de casa, y menos cuando apenas eres mayor de edad. Para ellos aún eres una niña y no logran entender por qué quieres hacer esto, si "en la casa estás tan bien", "estás cómoda" y "lo tienes todo". Pues bien, resulta que dejar la casa de los papás es una de esas decisiones trascendentales que nos van forjando como personas, y si ya tienes la necesidad de hacerlo es porque éste es tu momento.
Dar este paso en la vida se facilita mucho si tienes la bendición de tu familia; sin embargo, si no es así, debes entender que muchas veces para los padres es un proceso doloroso. Pero atenta, comprender no significa que debas postergar tu vida para que ellos no sufran. Al contrario, significa aceptar que para ellos es difícil apoyarte en esto, y aun así hacer tu movimiento.
Intenta contarles sobre tu necesidad de salir al mundo y lo importante que es para ti, pero ojo, abstente de exigir la reacción que quisieras ver. Prueba frases como "yo necesito...", "para mi es importante..." o "por favor mírenme con buenos ojos".
Si ya has superado esta primera parte del proceso ¡felicitaciones!. Pero como esto no para, he aquí tu segundo desafío: encontrar arriendo.
Cuando imaginabas cómo sería vivir sola, estabas segura de que sería con mucho estilo ¿no?. Pues no. Deberás transitar por varios lugares baratos e inhabitables antes de llegar a un departamento decente o a una casa. Pero independientemente de lo marginal, será tu propio hogar, así que lo amarás de todas formas.
Tu tercer desafío es: no morir de hambre. Y es que entre los estudios y el trabajo casi no queda tiempo para comer algo que no sea arroz, fideos o pizza. El desafío aquí es lograr ordenar tus horarios para comer variado y saludable. ¿Muy difícil? ¡Claro! Pero de a poco encontrarás la forma. Si es que aún no sabes cocinar, ten por seguro que el hambre te inspirará a hacer maravillas en la cocina.
El cuarto desafío es: lograr mantener el aseo. ¡Uf! Debo confesar que soy de las que lava la loza cuando ya no queda ni un vaso limpio, así que no hay mucho más que explicar, sólo seguir intentándolo.
Tu quinto desafío es: aprender a hacer trámites. ¡Qué terrible! Sabrás que lo has superado cuando sepas qué hacer en caso de que te roben la billetera, cómo renovar la cédula de identidad, cómo sacar un papel de antecedentes o cómo funciona tu previsión de salud.
El sexto desafío es: administrar bien tu dinero. Porque claro, ahora tienes un sueldo (o una beca) y por mínimo que sea debes estar segura de que llegarás bien a fin de mes. Así que si puedes pagar todas la cuentas, hacer las compras y quizás ahorrar para darte un gusto: ¡felicidades! Lo has superado con éxito.
Y finalmente, tu último desafío es como la prueba final de todos los anteriores, así que si logras salir bien parada de él ya eres una mujer hecha y derecha:
Saber manejar una emergencia doméstica. Aprendí esto cuando se rompió una cañería en mi departamento en un tercer piso. Me despertaron los vecinos gritando porque estaban inundados. ¿¡Y qué iba a poder hacer yo!? Quería llamar a mi papá para que viniera a solucionar todo, pero mi papá estaba a 600 kilómetros y no iba a venir a salvarme. Así que me puse los pantalones, llamé a un plomero, calmé a mis vecinos y solucioné todo el asunto.
Al final del día ya era una persona más grande y más fuerte, y sabía que por más que me asustaran estas situaciones difíciles las mujeres podemos con todo.
Vivir solas es toda una aventura, y aunque a veces se hace difícil tomar la decisión, con el tiempo aprenderás a disfrutar de las pequeñas cosas, a amar tu espacio propio y sobretodo, a valorar lo que tenías antes; el desayuno listo por las mañanas, el pan amasado de tu mamá, las mermeladas caseras, la ropa limpia, pero sobre todo la compañía y el cariño de un hogar.