En una ciudad tan grande como Santiago, es una suerte si logras encontrarte alguna vez con alguien conocido, o cruzarte con alguien que te suena un poco (del tipo "uy, creo que lo cacho". ¡Todo un acontecimiento!. Pero siendo alguien de provincia en una ciudad como Santiago -que literalmente es un hoyo -, una tiende a sentirse minúscula. No tanto como pez fuera del agua, si no más bien como un pececito en un océano lleno de muchos otros peces (incluyendo tiburones y medusas)
Y es por esto que, una de las cosas más reconfortantes de la vida, es encontrarte con alguien de tu casa. En mi caso, de Punta Arenas (lo que me hace más bien un pingüino viviendo entre otras especies de extraños animales).
No voy a mentir: Santiago no se puede comparar con mi región. Cuando llegué a la capital hace ya más de una década, no entendía siquiera de cómo funcionaba el metro. Me daba miedo tomar micro, porque no sabía dónde bajarme. Mi mamá y tíos me contaban historias donde los choferes se pasaban 10 paraderos sólo por ser malos. Adicionalmente, todo estaba muy lejos, el clima era muy extremo, y en general es una ciudad muy poco acogedora (no digan que no es difícil encontrar gestos amables).
Entonces, una de las cosas más reconfortantes que podían pasarme (y que todavía me reconforta), es ver pegada/cosida, en la mochila de algún estudiante, la bandera magallánica. No sé cómo explicarlo, pero ver a alguien con el símbolo de nuestra región, es sentir que no eres el único pingüino en una selva llena de carnívoros.
La última vez que me pasó, quien llevaba nuestra bandera era una niña usando trenzas, con la carpeta de una conocida universidad en las manos. Estaba en un paradero y se veía más perdida que un pingüino en África; en cambio yo ya era un espécimen bastante aclimatado. Me acerqué a ella y la saludé; pretendió no escucharme y yo insistí. Me miró y saludó apenas, entonces le pregunté si necesitaba ayuda.
Me dijo que no, y se dio media vuelta.
Entonces usé la frase mágica: "Yo también soy de Punta Arenas". Eso cambió la situación por completo, y terminé invitándole un café para celebrar su primera semana en Santiago, además de compartir tips de supervivencia, como por ejemplo, perder miedo a tomar micro.
Y aunque ahora ya se cada vez menos la bandera, estoy segura de que me seguiré encontrando con gente de mi provincia. Aquí estaré, dispuesta para compartir un café, pastelitos y ¡todos los recuerdos de nuestra zona austral amada!.