Cuando te enamoras sientes mil mariposas en el estómago y te inunda una emoción indescriptible. Es una experiencia muy linda cuando la vives por primera vez, de corazón y en un 100 % de compromiso. Yo había tenido algunas relaciones en el pasado, pero lo que me pasó en una de ellas marcó mi vida.
Fue cuando tenía 21 años. Compartí por dos años y seis meses con una muchacha muy linda, espigada, cabello marrón y ojos verdes. Cuando iniciamos todo era maravilloso, sin ningún problema: nos amábamos como dos locos sin notar el tiempo ni el lugar en que estuviéramos. Los besos eran apasionados y sentir su cuerpo era magnífico.
Teníamos la misma edad. Nos conocimos en una fiesta de un amigo en común y desde esa noche jamás nos habíamos separado. Mi trabajo consistía en viajar a algunas regiones, para llevar a cabo algunos controles en ciertas empresas. Algunas veces podía pasar 2 o 3 días en terreno, mientras que otras me exigían quedarme 2 o 3 semanas, dependiendo de las gestiones que hubiera que realizar.
Recuerdo que en agosto tuve que realizar un viaje por alrededor de 2 semanas. Estaba preocupado de alejarme de ella, pues sentía que la relación no estaba como al principio, con la confianza y el amor de siempre. La notaba distante, ida, sin voluntad ni ganas de estar juntos.
Me despedí de ella un miércoles. El sábado por la tarde ella me llamó y me dijo que ya no podíamos continuar, que lo de nosotros no funcionaba y que no quería seguir así. Fue como un balde de agua fría: no entendí por qué, ni cuál era el problema y sobre todo, la pésima idea de terminar por celular. Todos los días que estuve lejos, la llamé y llamé, pero ella nunca contestó; le dejé mensajes en su buzón de voz y whatsapp, pero nada. Me sentí morir, sin lograr comprender su actitud.
Terminé el trabajo y volé a la capital sin avisar qué día llegaba. Apenas bajé del avión, fui directo a la casa de ella. En el camino iba pensando cómo reclamarle lo que había hecho y que exigirle una respuesta, pero al ya estar en su calle no pude creer lo que vieron mis ojos: estaba abrazando a otro tipo. No sé quién sería, nunca lo había visto. Lo único que pude hacer fue bajar del taxi, mirarla a los ojos, dar la vuelta y marcharme.
Lo que aprendí es que si uno tiene alguna sospecha, hay que saber seguir la intuición, por más enamorado que se esté. El sexto sentido nunca falla, así es que ante cualquier duda, toma el toro por los cuernos y háblale directo. Es mejor una verdad dicha de frente, que enterarte de la razón tras una ruptura de la peor forma posible.