Hace un par de décadas un trabajo estable era el gran deseo de gran parte de quienes emprendían la vida laboral. Hoy la rotación en las empresas ya es habitual, pero ¿debemos enseñar a quien toma nuestro lugar?
Sabiduría: un recurso cada vez más escaso, y que muchas veces se confunde con el simple hecho de tener conocimiento (lo cual es útil, aunque no necesariamente es lo que se necesita para alcanzar éxito o ser feliz. Se dice que los jóvenes carecen de ella, sin embargo, la edad es sólo un número cuando se ha vivido demasiado o de todo un poco. Es ese aprendizaje que nos da la experiencia - y la correcta reflexión respecto a lo acontecido - lo que nos permite contar con esta característica.
Si lo aplicamos a la vida laboral, donde pasamos nueve horas de nuestro día por una cantidad indeterminada de años, quizás tengamos razón al decir: "soy buena en lo que hago, porque la experiencia me ha dado esa habilidad". Y seguro no fue fácil hacerse de ella: hubo mucha lectura, búsqueda, errores, retos, y la repetición trajo el éxito paulatinamente. Aprender a trabajar fue un trabajo en sí mismo.
Por eso, llegado el momento de emprender un nuevo desafío - o cuando llega un joven inexperto a tomar nuestro lugar - se nos impone algo más que “entregar el cargo”: se nos pide enseñarle cómo ejecutarlo. Frecuentemente nuestro pupilo es algún recién egresado o conocido del empleador, por lo que se lucha con algo más que la inexperiencia: la altivez del “yo se más porque tengo un título y soy joven” y tristemente, lo que podemos entregar cae en el olvido sin la mínima valoración de lo que nos costó -muchas veces- sudor y lágrimas.
Moralmente, lo mejor sería intentar dar un excelente recibimiento al recién llegado e instruirlo en lo necesario. Seguramente nadie lo hizo contigo, por lo que repetir la historia no sería lo adecuado. Sin embargo ¿no desearías –sinceramente- que alguien se dé cuenta de lo necesaria que eras? ¿Por qué seguir entregando tus conocimientos cuando nadie se dio el tiempo de darte las gracias por cada día en que estuviste dispuesta?
También existe la posibilidad de que el reemplazo sea alguien digno de nuestro puesto: honrado, despierto y con excelente disposición para aprender de ti, alguien que valore tu sabiduría y que en verdad necesite trabajar. Por lo que me pregunto, ¿en razón de qué podemos negarnos a enseñar a uno que inicia? ¿Cuándo debemos resguardar eso que tanto nos costó aprender? ¿Hay algún pago para nuestro esfuerzo y expertise? ¿Es nuestro afecto por la empresa - o nuestros principios - lo que marca la diferencia en esta decisión?
Cada día vemos adultos que dejan sus trabajos para dar paso a los jóvenes. Es cierto, debe haber una renovación, pero también un reconocimiento a los que emprenden una nueva etapa. Como jóvenes ¿valoramos su experiencia? Y como adultos –o en la postura de nuestros padres- ¿es una opción u obligación enseñar?