Hace ya 10 años de eso, sin embargo recuerdo todo como si fuera ayer.
Me casé muy joven con una estupenda mujer. Fue mi primera y única novia. Con ella tuve una hermosa hija. Sin embargo, después de muchos años me dí cuenta de que realmente no estaba enamorado y tomé la decisión de terminar. Fue arriesgado, ya que no tenía mayor experiencia con otras mujeres, ni un rango de comparación para saber si lo que tenía era bueno o aún me faltaba por conocer. Con mucho miedo y determinación, lo hice.
Después de un tiempo, conocí a una chica muy atractiva. La contraté como asistente en mi lugar de trabajo, me enganché de su mirada, de su personalidad tan alegre y su genialidad. Era apasionada, conversadora y con una sonrisa magnética. Me contó su vida: 2 hijos, uno de 6 y otro de 10. Madre soltera. Le había tocado una vida dura, de sacrificio. A partir de ese momento comenzó el romance más hermoso que jamás haya vivido. A los pocos meses ya estábamos viviendo juntos. Ella dejó el trabajo y buscó uno diferente. Nuestros momentos de pasión eran gloriosos. Nunca había experimentado tal nivel de entrega al estar íntimamente con la mujer que amaba. Su fuego era infinito y yo avivaba la llama. Al final, me entregaba como un cordero al matadero. Nuestra relación era miel pura.
Sin embargo, como en cualquier relación, no todo era perfecto. Las personas somos complicadas: nos cuesta manejar los conflictos y comunicarnos en forma asertiva. En nuestro caso, las fuertes personalidades de ambos y el orgullo comenzaron a mermar la convivencia, Me sentía culpable por dedicarle tiempo a sus hijos y no a la mía. Y un diciembre decidí terminar la relación. Al pasar unas semanas me dí cuenta de mi error y traté de recuperarla. No pude. Me fui lejos donde no pudiera verla. Ella ya tenía otro novio. Al poco tiempo volvimos a hablar y me dijo que estaba sola, pero era mentira. Allí la enfrenté y le dije que no me llamara más. Comencé a salir con otras mujeres, pero sólo eran relaciones vacías y pasajeras. Ella no salía de mi mente.
Pasaron 10 meses y ya me sentía mucho mejor. Y un domingo, mientras estaba en la playa con unos amigos, sonó mi celular. Mi sorpresa fue inmensa al percatarme de que era ella. Después de tantos meses me estaba llamando. Sentí un hielo en mi estómago y me armé de valor para contestar la llamada. Después de tanto tiempo, sentí una emoción en mi corazón, estaba muy confundido. Me pidió verme y yo accedí. Nos reconciliamos en noviembre y luego nos casamos en enero. Éramos de nuevo una familia y comenzamos a hacer proyectos juntos.
Teníamos casi 6 meses de casados cuando comenzó a viajar por trabajo. Empecé a notar cierta desconexión en la relación, pero lo atribuí a pensamientos míos. No le dí mucha importancia. Al poco tiempo comencé a sospechar y a preguntarle si pasaba algo. A partir de ese día se desató la tormenta. Comencé a desconfiar de todo. Empecé a espiarla y me sentía muy mal conmigo mismo, porque después me sentía culpable. Me tildó de loco celoso y negaba todo lo que le reclamaba. Le pedí muy honestamente que me dijera la verdad, que yo merecía saber lo que pasaba. Ella se reía e insistía que estaba demente.
Un día se vistió de una forma muy especial. Me dijo que iba al salón de belleza. Ya tarde en la noche no había llegado y la llamé a su celular. Me atendió ofuscada, que para qué la molestaba. Le pregunté si aún estaba en el salón y me dijo que estaba con unas amigas en el casino, que llegaría a casa más tarde. Lo que no supo ella es que no cerré la llamada y ella olvidó apagar su celular. Entonces escuché unas risas y la voz de un hombre. Era una conversación muy amena y se notaba que la estaban pasando muy bien. Luego se escuchó un silencio. Yo estaba muy molesto pero también nervioso; sentía que mi cabeza iba a estallar. Me angustiaba no escuchar ningún sonido. Pasaron los minutos y para mí fueron eternos. Deseaba escuchar un "¡nos vemos luego!" pero no: comencé a escuchar sollozos y gemidos. Por mi mente comenzaron a pasar las escenas más dantescas de lo que evidentemente estaba pasando. Se escuchaba la voz masculina preguntándole cosas íntimas y ella respondiendo con satisfacción. Yo no sabía qué hacer. En ese momento conversé con mi suegra para contarle lo que estaba sucediendo y me marché.
Pasaron 3 ó 4 semanas. Hubo una llamada. "Estaré en el café a las 3 de la tarde". Con el corazón arrugado, destrozado, pero con la frente en alto, acudí a esa cita. Encontré una mujer cabizbaja, con una mirada avergonzada y esquiva. Yo dije: "sólo vengo a escuchar la verdad. Nada más" . Como un hombre civilizado me senté y ella asintió. Me dijo que me amaba, que no me quería perder. Que yo era un hombre maravilloso y otras tantas cosas. Que no sabía qué le pasó, pero que también amaba a ese otro hombre. Que la perdonara por todo. Yo me levanté y le dí las gracias por hablarme con la verdad. Que no se preocupara por decidir qué hacer porque ya yo lo había hecho. "Que tengas una buena vida", me despedí para no volver a verla.
Hoy, después de casi 10 años, confieso que he podido superar ese sufrimiento. Y después de fracasar en cada relación posterior que tuve sólo por escudarme para que nadie más me hiciera daño, con la ayuda de una terapia pude por fin salir. Nadie nos enseña de las emociones, pero expresarlas es una virtud. Sean valientes y dignos, para enfrentar cada situación compleja que se les presente. Les aseguro que a pesar de que sea doloroso, al final sí podrán cerrar el capítulo.