Borrachas, enamoradas, hormonales; vivimos en un mundo donde nos arrepentimos de cada cosa que hacemos, especialmente cuando nos sentimos vulnerables. Esa sensación desagradable en el pecho, entre fría y bochornosa, nos hace cargar la culpa de algo que dijimos sin pasarlo por nuestro "filtro": ese que nos hace "quedar y sentirnos bien". Sin embargo, ¿es tan malo decir lo que una piensa? ¿Tan ridículas nos vemos?
A todas nos ha pasado que se nos escapa un "te quiero" ante alguien que no debíamos, o la típica llamada borracha donde declaras pensamientos a lo Helga G. Pataki al patán de tu ex o alguna conquista que termina por espantarse. A veces incluso enviamos mensajes de madrugada, que a la mañana siguiente nos parecen una cursilería.
Pese a lo ridículas que suenan esas situaciones - que yo viví en alguna ocasión (o más de una) - un día me pregunté que era lo que realmente me avergonzaba de todo eso. Quería saber por qué me arrepentía y, sinceramente, no encontré nada malo en ello: era yo siendo sincera o buscando alguna excusa para desahogar una versión exagerada de lo que me pasaba.
Tampoco se trata de ser una estúpida y decir todo lo que tienes en la cabeza sin filtro. Cuando tienes el sentimiento a flor de piel (puede ser ira, incluso), lo que debes hacer es preguntarte "¿por qué siento esto?", "¿me satisface desahogarme?" y si realmente tienes conocimiento de la emoción, te sientes sincera y quieres hablar, hazlo.
Esa "cosa" de sentirte ridícula no es más que otra consecuencia de la connotación negativa otorgada a las emociones, relacionadas erróneamente con el género femenino y por eso discriminadas por los más machistas.
Cuando eres capaz de decirte a ti misma que te gustas, que te quieres, que te necesitas y que te conoces, verás que decirlo a otra persona - aunque estés ebria, loca u enamorada hasta las patas - te brindará satisfacción en lugar de culpa. Y en vez de pensar "¡Qué verguenza!, ¿por qué le dije eso?", pensarás: "Bueno, era lo que sentía en ese momento, tampoco me voy a morir por ello".
Si eres una persona emocional, aprende a conocerte. Todo lo que estás sintiendo es producto de que estás viva. No te avergüences de lo que dices; si lo dijiste es porque lo sentiste, aunque sea por un par de segundos y con los pies bien lejos de la tierra.
No te disculpes por tus impulsos y emociones: vívelas, disfrútalas y almacénalas como bellas experiencia. No hay satisfacción más grande que la de sentir que aprendes (de ti y de los demás) y que tienes derecho a expresarte, sin arrepentimientos y con libertad. ¡Jamás pidas disculpas por ser tú misma!