No creo en el amor. Lo curioso es que jamás pensé afirmarlo, considerando que siempre estuve en pareja y al otro lado del club de los corazones rotos. Y no es porque me fuera fácil el enamorarme, sino más bien que en mí vivía el idílico pensamiento del “vivieron felices para siempre”. Creo que la mayoría de las mujeres de mi edad - treinta y algo - fuimos criadas con la imagen del príncipe y la princesa juntos y con un amor a prueba de todo. El tema es que los años pasaron, nosotras fuimos creciendo y el álbum de relaciones que pudieron ser y no fueron se acumularon, casi sin dejar mariposas vivas en el estómago.
Las rupturas, los proyectos no concretados y las personas que no se quedaron en nuestras vidas nos fueron quitando la capacidad de asombro y la convicción del amor interminable (o al menos por un tiempo prolongado), llenando la mochila de fallidos intentos de pololeo. Así es difícil volver a creer en otro y en eso de que "nunca nos separaremos".
Y aunque puedes empezar nuevos romances y volver a entusiasmarte, ya no está esa sensación en la guata y el nerviosismo del primer enamoramiento o la pasión del amor que marcó tu vida. ¿Y qué decir de los sueños juntos? Ya no existen prácticamente. No imaginamos un futuro al lado de nadie, porque estamos con la idea constante y presente que tarde o temprano la relación se acabará, porque las experiencias propias y ajenas van dejando huellas. La regla se va repitiendo y ya no creemos en “ser la excepción”.
Una, dos veces quizás, a todo reventar, creímos ser esa persona especial y romper la norma, para volver a sumergirnos en el éxtasis embriagador del amor. Hacer a un lado todas nuestras heridas y malos recuerdos anteriores, sin escuchar las señales ni esas sabias palabras de las baladas de desamor. Nos aferramos a la ilusión de un sentimiento real que todo lo puede, pero que al final - una vez más - sólo nos deja solas.
Uno debiera comprender y aprender, a la primera, que el sentirse plena se logra sin la necesidad de estar junto a otro. Ser capaz de sonreír con el sólo hecho de tener la oportunidad de vivir y cumplir tus sueños, sin otorgarle ese poder a un tercero. Hoy no creo en el amor, pero no sé mañana y quién sabe si alguna flecha más potente de Cupido me vuelva a alcanzar.
¿Volver a empezar o no? ¡Ese es el dilema!.