Si hay algo que nos sobra, después de estar años en pareja, ¡es el tiempo! Amado y odiado a la vez, porque se vuelve toda una pesadilla cuando no tenemos ninguna amiga soltera con la cual compartir esta nueva etapa, o porque ya olvidamos todos los pasatiempos que algún día nos encantaron. Entonces un día, mirando el techo y buscando en qué gastar las horas, me atreví, di clic y compré los pasajes para mi primer viaje de soltera.
El destino era Perú y mi meta, llegar a lo alto de Machu Picchu a reencontrarme conmigo misma, a convencerme de que sería capaz de ser feliz en mi propia compañía y a decretar que sería la primera parada de un sinfín de aventuras que estaban por escribirse en el diario de mi vida. ¡¿Sola?! Fue lo primero que me gritó una amiga cuando le conté mi última hazaña y no podía creerlo (al igual que yo, considerando mi afán por estar siempre acompañada y que nunca me había atrevido a embarcarme a un lugar desconocido sin ninguna mano amiga).
Obviamente, también me habría hecho bien conocer un nuevo lugar del mundo de la mano de una de mis partners; el tema era que todas ellas se encontraban en “modo polola” y sería todo un caos coincidir en el tiempo y lograr que alguna se decidiera a abandonar a su macho por casi dos semanas. Así que no me quedó de otra que aventurarme sola y, ahora que ha pasado bastante tiempo, debo admitir que ha sido una de las mejores decisiones que pude tomar.
Anteriormente había viajado siempre acompañada de mi pololo, así que todos mis momentos fueron de a dos y esta vez, estando ya hospedada en el hotel, mi primera gran prueba era tratar de integrarme y conocer al menos a alguien que me pudiera acompañar a cenar durante mi estadía. Porque no sé si ustedes piensan lo mismo, pero para mí no hay nada más triste e incómodo que comer sola. Ya que cuando uno ve la silla del frente vacía, pareciera que nos alimentáramos más rápido y nos empeñamos en hacer desaparecer el último bocado en el menor tiempo posible para ponernos de pie y partir a ver televisión a la cómoda habitación. La cosa es que sólo la primera noche viví esa situación. Los días siguientes y mientras bebía una cerveza local en el bar del hotel, conocí a un grupo de turistas latinoamericanos con los cuales intercambiamos experiencias, motivaciones del viaje y partimos a recorrer los lugares típicos, las picadas de comida que nos dieron los lugareños y en un tour, una madrugada lluviosa, hacia el maravilloso poblado donde algún día habitó la cultura Incaica.
Y allí, ¿qué?, se preguntarán… Un torbellino de recuerdos y pensamientos sobre el futuro se apoderó de mí, mientras trataba de descifrar el misterio de la indescriptible belleza de las ruinas, pasó un flash por mi cabeza y comprendí que esa sensación de soledad y preocupación de ¿qué voy a hacer ahora con tanto tiempo?, se había ido. Y por el contrario, me invadía sólo felicidad y un sentimiento de orgullo, porque sí, lo había logrado y me estaba sintiendo llena conmigo misma y quizás por primera vez y ahí en Perú, en mi aventura, en mi primer viaje de soltera.
¿Un consejo final? Atrévete a buscar y a encontrar tu lugar para partir junto a la mejor compañía, ¡tú misma!