Porque ya nadie se conoce "a la manera antigua", ahora el amor puede nacer de cualquier aplicación, ya sea Facebook, Happn o Tinder.
Decidiste bajar Tinder porque llevas mucho soltera, porque una amiga lo sugirió o simplemente por curiosidad (intentando evitar los prejuicios asociados al tema). La cosa es que la app de la llamita se instala en tu celular con comodidad, esperando que empieces a explorar a los solteros codiciados de tu área.
Cambias tu foto de perfil y subes un par más con tus mejores ángulos (porque obvio: nadie es tan lindo como su foto de perfil ni tan feo como su foto de carnet), y empiezas a revisar qué hay de bueno en el mercado. Probablemente te salten algunos amigos, colegas o ex compañeros de colegio (o simplemente algún ex), y después se pone bueno: cuando te salen desconocidos. Miras la foto y lees la descripción (si tienes suerte hay alguna) y empieza el juego: deslizas a la derecha o a la izquierda. Y de pronto el característico zumbido ¡tienes un match!. Y aquí es donde la cosa se vuelve real.
Se abre el chat y comienza la conversa. Que dónde trabajas, dónde estudiaste, qué te gusta hacer los fines de semana. Te cae bien el cabro, así que decides darle tu número de Whatsapp para seguir conociéndose. Obviamente le informas a tu grupo de amigas del hallazgo y las mantienes actualizadas en cuanto a avances.
Hasta que llega el día en que te dice "podríamos juntarnos". Tal vez te hagas de rogar un poco (total, hacerse un poco la difícil no le hace mal a nadie), y finalmente acuerden un lugar, cierta hora y le cuentes a tus amigas que tienes una cita Tinder. Probablemente sigan conversando hasta el día "D". Te arreglas, te cambias de ropa unas 5 veces, dejando un tiradero en la pieza y partes.
Nerviosa, le escribes a tus amigas que vas en camino y todas te desean buena suerte. Y entonces se encuentran. Un saludo medio tímido -y nervioso, quizás - y empieza la cita.
De pronto te das cuenta de que es la primera vez que le has escuchado la voz a esta persona, y puede que te cueste un poco acostumbrarte. Quizás hasta tenga muletillas que no te agraden demasiado. Y después de hablar un par de minutos sobre cómo llegaron al lugar (porque un poco de conversación insignificante es necesaria para romper el hielo), silencio. No sabes muy bien qué decir, y él también parece perdido. ¿Qué pasa? ¿Por qué con los celulares parecía todo fluir tan fácilmente y ahora no tienen nada qué decirse?
Un par de preguntas, respuestas con monosílabos. Tu ilusión de una relación (o de una aventura entretenida) llegó hasta ahí.
Este fenómeno ocurre cuando la gente ve las pantallas como una forma de máscara, donde se puede decir cualquier cosa. Pero a la hora de tener que expresarse mirando a alguien... es como si esa máscara cayera y ya no puedes ser tú mismo. La mejor forma de evitar esto, es NO conversar todo lo que se te ocurra por el celular y dejar temas para el encuentro.
No cuentes TODO lo que te gusta hacer, ni TODA tu música preferida. Deja espacio para que él te pregunte cuando se vean, y lo mismo va para ti.
Mejor deja un poco de misterio para que puedan seguir conociéndose en vivo.