Olvidar recargar el celular es algo común. Pasa con mayor frecuencia de la que quisiéramos. A veces, durante la noche, estamos tan cansadas que sólo llegamos a dormir o bien, una película nos distrae de conectarlo. El punto es que sólo lo notamos cuando requerimos enviar un e-mail urgente o hacer una llamada importante. Es entonces cuando exclamas “¡oh, rayos!”. Y es que no demoró en quedarse sin batería.
El muy condenado tiene una habilidad especial para despilfarrar cantidades industriales de energía, hasta agotarla toda en los momentos en que más lo precisas. Y ahí te quedas, incomunicada, cual náufrago en una isla desierta. Se activa tu modo FOMO y te vuelves presa del pánico. No podrás avisar una tardanza, ni consultar una dirección: mucho menos, enviar ese correo o whatsapp tan importante.
No queda más que cargar aquel ladrillo muerto e inútil - que parece burlarse de tu desdicha - en algún lugar de la cartera. Lo regañas y te recriminas por haber gastado electricidad y tiempo en seguir los pormenores de “El sultán”, en lugar de dar a tu pequeño dispositivo el alimento necesario para su subsistencia. Como ley de Murphy nunca falla, en el transcurso de la jornada ocurren varios imprevistos que te recuerdan que te quedaste sin carga y estás completamente aislada del mundo.
Finalmente, el paraíso: llegar a casa, correr hasta el enchufe y poner al aparato a beber corriente a raudales. Así, te aseguras de que a la mañana siguiente no vuelva a abandonarte.
Y a ti, ¿te ha fallado tu celular cuando más lo necesitas?