Hace un tiempo vengo pensando que los roles están medios cambiados. Los hombres están más sensibles y conectados con sus emociones, algunos más que las propias mujeres. ¿Será que nosotras nos estamos masculinizando un poco y viceversa? Yo creo que algo de eso hay.
Conozco a muchas que reniegan, de una u otra forma, de su “feminidad”- mis amigas y yo sin ir más lejos- pareciera que vemos el “ser minas” como una debilidad. No creemos en el amor eterno, menos en los príncipes y, ciertamente, no estamos esperando a nadie que nos venga a rescatar.
Tengo amigos que caen en depresión cuando una mina termina con ellos, se lo lloran todo y se quedan pegados por un buen rato. Hay otros que ya están pensando en que quieren casarse y tener hijos pronto, pero sus pololas se niegan rotundamente a la idea, al menos por ahora.
Me pasó, por ejemplo, que cuando vi la película 500 days of Summer me encontré frente al ejemplo perfecto de un “hombre-femenino”: Tom, el protagonista, es sensible, idealista, tierno, debilucho, analiza todo y se imagina musicales cuando camina por la calle y está feliz. En cambio, su polola, Summer tiene una mentalidad más masculina. Es práctica, desapegada, no cree en el amor ni el matrimonio.
Incluso me atrevería a decir que Tom es como una especie de Amelie Poulain, en lo extremadamente imaginativo, esperanzado e incurablemente romántico. Cree que nunca será realmente feliz hasta el día que encuentre a “la indicada”. Para mí esa es una idea bastante femenina.
Desde los tiempos de la Biblia nos hacen creer que nuestra vida no tendrá sentido hasta que un hombre llegue a ella y la verdad es que las princesas que besaban sapos se cansaron y ya salieron de sus castillos. Ahora trabajan y conocen el mundo hace rato. Si bien es cierto que todas queremos comer perdices algún día, queremos que sea por opción, no una ridícula imposición que nos atormente cuando pensemos en que acabamos de pasar los 30 y “the rigth one” aún no aparece.