Debo confesar que las despedidas de soltera siempre han sido un tema espinoso para mí. Nunca me he sentido cercana al modo de ser de las mujeres en cardumen, menos cuando hay de por medio alcohol y hombres con poca ropa.
Estaba en quinto año de universidad cuando a una de mis mejores amigas se le ocurrió casarse. Ojo, creo que no hay nada malo en eso y de hecho, venía esperando ese carrete de matrimonio durante mucho tiempo. Sin embargo, lo que me puso “negra” fue la invitación a esa solemne aventura llamada “despedida de soltera”. Después de mucho pensarlo y de analizar la gran amistad que nos unía, tomé el toro por las astas y me lancé.
Bueno, la cosa es que llegué al local y había muchas despedidas de soltera juntas, incluso, hasta un… ¿baby shower? En mi cabeza comenzó a sonar una melodía de culto, creo que era de Twilight Zone, acompañada de una psicofonía muy conocida en la que una voz fantasmal se pregunta: "¿y yo qué hago aquí?" Pensé en huir, hasta que una mano salió entre la oscuridad y me dio las gracias por estar en ese infierno. Sonriendo, le dije que no era problema y que disfrutaría el show ¿qué de malo podría haber?
Primer trago de la noche: Ruso Negro. Las chicas en la mesa del baby shower estaban "on fire" apenas salió el primer vedetto. Más que descubrir que el mito del elástico era verdadero, lo que desató mi estado de incredulidad máxima fue ver el trance hormonal en el que entraron las mujeres en el lugar. Si los rituales de iniciación descritos en la historia eran ciertos, lo pude comprobar en terreno.
Segundo trago de la noche: Mojito. Veo a un policía - Village People está en el corazón de estas ocasiones - a un indio y otros personajes de cuento aparecer en escena. La chica del baby shower estaba casi a punto de romper fuente, sobre todo cuando el primer tipo se saca la ropa, se le acerca y la hace probar cierta parte de su cuerpo. Trataba de rehuir de la imagen sacando un cigarro de mi cartera y bajando la vista para encenderlo. Pensé que así no haría contacto visual con nadie y me salvaría de lamer ciertas vergüenzas ajenas.
Tercer trago de la noche: Ruso blanco. Un tipo en colaless escoge a mi amiga para que lo acompañe al escenario. Con todo ese alcohol en el cuerpo yo sólo reía cuando ella trataba de rebatir que no era patuda al querer casarse de blanco. Después de eso ya todo comenzó a apagarse, las cosas fueron más lento y sólo recuerdo haber despertado en casa.
Dos rusos bailaban troika en mi cabeza y las imágenes del “twerk mental” que fue esa despedida comenzaron a llegar a mi cabeza. Traté de levantarme al baño, pero sólo podía escuchar esa musiquita del tetris, mientras me preguntaba si la chica del Baby Shower no habría tenido a su hijo en ese lugar.
Imagen CC Kai Hendry