No me gusta mucho ver tele en general, pero hay programas en el cable con los que me quedo pegada, como esos de antes y después, de casas remodeladas, de looks que cambian o de gente que baja de peso o se hace una cirugía. Son un placer culpable. Los programas que enseñan a cocinar también me absorben, en especial el seco de Jamie Oliver.
Me gusta porque es capísimo cocinando, con cuestiones que todos tenemos en la casa arma los medios platos y siempre mete las manos para mezclarlo todo. Es muy normal, para nada siútico. Además de que me encanta su estilo de lolito medio alternativo, con sus polerones y sus zapatillas. Le amo.
Aparte de su programa en Fox Life, Oliver Twist, -donde lo vi por primera vez-, ahora mantiene toda una gama de shows donde la buena comida es protagonista: viaja por Europa, monta un restaurante desde cero y, por si fuera poco, lanza libros con sus recetas, tiene su propia línea de productos y sus programas son vistos en todo el mundo. Una celebridad de la comida.
Mi último descubrimiento es su reality "Jamie Oliver's: Food Revolution", realizado en Estados Unidos -Oliver es británico-, en el que su desafío es reeducar a una de las ciudades con peores índices de alimentación de ese país. Vi el primer capítulo y más amé a Jamie, porque no sólo es un erudito de la cocina, también le concierne la mala forma en que nuestra sociedad se alimenta. Se ganó otro Jumbito conmigo.
Y como el tipo es seco e inquieto, no sólo tiene el programa de la comida revolucionaria, también lidera una fundación que apela a lo mismo. Un bacán.
Para que se tienten, les dejo los primeros diez minutos del primer capítulo de Jamie Oliver's: Food Revolution. Después de verlo, van a querer que este chef británico visite su ciudad.