Sobre tomar decisiones difíciles y renunciar a cosas que quieres

Pamela Rodríguez Nov 11, 2013
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Tengo un profesor al que adoro. En primera instancia la relación con él no fue de lo mejor: me acusó de haber plagiado el artículo que escribí para un trabajo universitario. Sin embargo, pronto advirtió su error y me pidió disculpas, señalando estar sorprendido por mi buena pluma. Gracias a él conocí a mi pololo, ya que me invitó a un taller que él dictaba, en el cual también participó quien se convertiría en el amor de mi vida. Hace pocos días, me pidió que fuera nuevamente su ayudante y acepté encantada, motivada por el gran cariño y admiración que siento por él.

A poco de haber comenzado con estas labores, me avisan en mi trabajo que el proyecto comunicacional en que participo caducará a fin de año. Como caída del cielo, me llega una oferta de mi antiguo trabajo; un trabajo genial, en el que siempre me sentí muy cómoda y motivada ¡Maravilloso! Sin embargo, el horario era incompatible con las ayudantías. Y aún más, debía aceptarlo ¡right now! No había tiempo para comunicárselo a mi profesor de manera que digiriera la noticia y consiguiera una nueva asistente.

Me vi totalmente entre la espada y la pared: por un lado, la posibilidad de regresar a la empresa en la cual pasé un año maravilloso y que he extrañado todo este tiempo y por otra, la lealtad a mi querido profesor y al compromiso que asumí con él respecto a las ayudantías. Me estaba encomendando tareas cada vez más importantes. Había depositado en mí toda su confianza, al punto de que en un viaje que debía realizar, me dejaría a cargo del curso. Las clases ya habían comenzado, los alumnos me conocían. Decirle a mi profesor que abandonaba el cargo sería un golpe difícil de asimilar. ¡Ni siquiera podría despedirme del curso!

Sí, necesitaba el trabajo nuevo, para tener la estabilidad que todos anhelamos. Y además porque ¡la empresa me encanta y el trabajo es lo máximo! Sin embargo, no podía dejar las cosas a medias. Va contra mi esencia y lo que creo que es correcto. Por eso, con el dolor de mi corazón, tuve que declinar la oferta.

Aún duele, no lo niego. Por varios días lo medité, lloré. Porque tomar decisiones es doloroso, siempre implica la renuncia a algo en pro de otra cosa. Nunca sabes si aquello por lo que optas es o no el mejor camino, pero siento que esta vez era lo que tenía que hacer, nada más. Después de todo, tengo trabajo hasta fin de año y tiempo suficiente para ahorrar y ver alternativas. ¿Quién sabe si aún permanece abierta esa posibilidad, como una ventanita?

Y bueno, como dice un profe en mi universidad “Las decisiones son duras. Es como escoger entre dos caminos: pueden llevarte a un pantano o a un jardín de flores. Pero si no avanzas, ¿cómo vas a saber dónde iban?. Si te equivocas, al menos habrás aprendido que ese camino no debes tomarlo y te servirá ese conocimiento la próxima vez”. Eso hice. Y actué a conciencia. No sé si llegaré a un jardín de rosas, pero estoy segura de que mantener un compromiso sólo puede acarrearme cosas buenas. ¡Es mi decisión, y quién no se arriesga, no cruza el río! Vale la pena intentar.