Tener sexo en el auto

Sandro Trejo Jun 1, 2016
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La palabra "comunicación" puede ser perturbadora, dependiendo del contexto que usemos para decirla. Por ejemplo, cuando estoy con mis amigos y hablamos de nuestras parejas, yo con orgullo digo: "Rayza y yo nos comunicamos mucho"; pero cuando ella me dice que necesita conversar conmigo, se me viene a la mente una maraña de situaciones de lo que posiblemente me va a decir. Entre ellas, lo relativo a nuestra intimidad.

Es así como un día de estos normales, donde las actividades ocurren como siempre, que mi esposa me sentó al borde de la cama y me dijo: "Tenemos que hablar sobre un tema delicado".

¿Les digo algo? No hay nada más preocupante para un hombre que el momento en que su pareja le dice esas palabras. No es porque estemos actuando mal y llegó el momento de la verdad, no. Ese no es el problema. Lo complicado es que no sabemos lo que nos espera y nos sentimos intimidados - además de nerviosos - por no saber lo que vendrá. Yo le doy gracias a Dios de tener una esposa hermosa y amorosa, porque sino estaría escondiéndome bajo la cama.

Rayza me sentó al borde de la cama, me miró fijamente a los ojos y me dijo: "Estoy preocupada. Yo te amo y me gustas mucho como hombre, pero siento que estamos estancados. Cada vez que tenemos intimidad es muy rico todo pero ¿te has dado cuenta de que terminamos en las mismas posiciones?". Yo estaba absorto. No lo podía creer. Estaba a punto de tener una conversación honesta y sincera de sexo con mi esposa. Mi asombro era aún mayor por ¡estar sorprendido!, ¿cómo puede ser extraño hablar de estas cosas con tu pareja?. ¿Por qué cuesta tanto? Lo que ella decía también lo estaba sintiendo yo. Nuestro día a día, la seguridad de dar todo por sentado. La rutina nos estaba envolviendo, silenciosamente, sin darnos cuenta y Rayza tomó la iniciativa de conversarlo. De verdad se lo agradezco mucho.

Hablamos, nos sinceramos y expresamos abiertamente lo que nos gusta de nuestra intimidad y lo que queríamos intentar. Es así como mi mente comenzó a trabajar en buscar una aventura fuera de lo común. Recordé el camino a la vieja propiedad de un amigo, en una zona montañosa por donde vivimos. En la tarde, antes de llegar a casa, fui a verificar y conseguí un cobertizo abierto en esa propiedad. Estaba abandonado, lleno de hojas y enredaderas. Me cercioré de que no hubieran personas o alguna familia viviendo cerca. Era el lugar perfecto.

Volví a la ciudad y pasé por una tienda donde compré una buena botella de vino y un par de copas. Las escondí en la maleta del auto y llegué a casa como todos los días. Noté que Rayza no había llegado de su oficina, así que aproveché y busqué algunas mantas, unos chocolates que tenía guardados y un pañuelo para cubrirle los ojos. Todo lo coloqué en el auto. Luego, le escribí un mensaje al teléfono preguntándole si deseaba acompañarme a visitar un cliente y en compensación por su compañía la invitaría a comer algo de regreso a casa. Ella aceptó.

Al llegar ella a casa la saludé como siempre. Y la apresuré para irnos. Ya era de noche. Ella me miraba extrañada, sospechando algo, pero inmediatamente se tranquilizó. Ya en el camino me detuve simulando un problema en el coche. Me bajé y abrí la tapa del motor. Luego fui a la maleta y saqué el pañuelo. Ella preguntaba qué pasaba, muy nerviosa por estar detenidos en la carretera a oscuras. Fui hasta su ventanilla y le dije: "cierra los ojos y confía en mí". Ella no daba crédito a los que estaba pasando. Sonrió, mordiendo un poco sus labios y cerró los ojos suavemente, entregándose por completo a mi plan.

10 minutos de risas y caricias en sus piernas mientras llegábamos al lugar planificado. Ella preguntaba: "¿Dónde estamos? ¿Qué estás haciendo, loco?", entre risas nerviosas. Bajé, saqué las mantas y las dispuse en la parte trasera del auto. La invité a bajar con cuidado y la senté en la parte trasera. Comencé a besarla despacio, sin prisa. La brisa soplaba y las hojas resonaban mientras nos amábamos con mucha pasión.

Risas y miradas pícaras al estar abrazados en ese pequeño espacio, que avivó como un poderoso combustible nuestra intimidad. Me sentí un chico de escuela nuevamente. Indudablemente que salirnos de lo cotidiano. Preparar sorpresas para nuestra pareja es un aliento fresco para oxigenarnos y aliviarnos de esa trampa que conocemos como rutina. Ahora puedo alardear con mis amigos de que no sólo tengo una buena comunicación con mi esposa, sino que somos extremadamente felices como pareja.