Ir de compras es algo tan sencillo como ver lo que a uno le gusta, probárselo y llevárselo, pero ¿por qué a las mujeres les resulta tan complicado hacer eso?
Un día estábamos en mi casa muy aburridos y le dije a mi polola:
-“¿Vamos al Alto Las Condes a dar una vuelta?”
Error. ¿Cómo no pensé mejor las cosas? La podría haber invitado a comer un helado al Bravissimo, por último. Bueno, la propuesta ya estaba hecha, había que asumir no más. Llegamos al mall, nos bajamos y me dice:
- “Vamos a Falabella, está todo en rebaja”.
Entramos y lo primero que hace es ir a la sección de mujeres; le dije:
-“Gordita, voy a ver unas zapatillas de baby fútbol para mi liga, que las mías están casi rotas y tengo que cambiarlas”.
A lo que ella me responde:
“Es que quiero comprarme ésto y ésto otro y necesito tu aprobación, para saber si me veo bien o mal” (Todo eso, con una cara de no te muevas de mi lado).
Primero nos fuimos a las poleras y yo pegado como un guardaespaldas detrás de ella, cada movimiento que hacía, yo lo repetía. Mientras ella acumulaba prenda tras prenda y me las pasaba, yo la seguía como su sombra.
De ahí a los jeans, nuevamente yo como una lapa, hasta que se enojó y se dio media vuelta, diciéndome:
“¿Crees que me voy a perder?, ¿por qué me sigues?, tienes toda la tienda para caminar y estás al lado mío”. A estas alturas ya parecía ropero con la cantidad de ropa que tenía acumulada en mis brazos.
Bueno, después de un largo peregrinar por la tienda, de ir y venir de un lado para otro, decidió ir a probarse lo que le gustó. Entra a los probadores y la niña que está a cargo le dice que se acepta entrar como máximo tres prendas. Ingresa toda cocoroca con los jeans, una polera y unas chalas con las que creía que se iba a ver topísima. Minutos más tarde sale y lanza la pregunta “¿Cómo me veo?” y uno que después de unas cuantas horas de vitrineo ya está chato de ver tanta ropa y de dar opiniones, igual responde:
“Mi amor te ves guapísima, si no te conociera me daría vuelta para mirarte”.
La mejor respuesta que pude darle. Ella feliz por lo que iba a comprar. Hasta que llegamos a la caja. Nada de lo que quería estaba en oferta. Todo era de temporada y estaba a un precio inalcanzable. Osea, obligada a tener que esperar unos meses para poder llevárselo con descuentos, y yo condenado a tener que acompañarla de nuevo.