No te tienen que gustar las minas para adorarla y que se te erice la piel cada vez que suena su acento español y dice “jersey” en vez de “yérsey” (palabra que está por lo menos en cinco canciones que yo recuerde en este preciso instante, así que deben ser más), con el mismo tono bajito, íntimo y sexy de sus canciones. La verdad, es que sólo escuchar hablar a Christina Rosenvinge ya es toda una experiencia.
Con mi amiga Susie, fuimos al concierto del sábado y apenas llegamos nos dimos cuenta de que esa iba a ser una gran noche. Comienza el concierto y Christina se ve preciosa. Con unas leggins negras y rotas, botines de cuero y el mejor accesorio de todos, su guitarra. Da las gracias. Se escucha emocionada y a ratos parece hasta tímida. Recordamos temas antiguos. Cantó algunos nuevos y otros en inglés, en compañía de una banda que ya se la quisiera cualquiera, con Steve Shelley en la batería y la notoria influencia de Sonic Youth en sus melodías.
Lo mejor de sus letras son su cotidianeidad. Christina dice puras cosas familiares y usa metáforas simples, pero precisas. Cuando canta, sabes que pensaste en eso muchas veces y no sabías cómo ponerlo en palabras.
A pesar de tener el mismo peinado que hace 15 o 20 años y la misma expresión de dulzura e ingenuidad, su rostro denota experiencia. Al escuchar de corrido su discografía, te das cuenta de que crece junto a su música y va superando etapas a través de sus canciones. Desde que se quería ir de su casa y ser la “princesa de la autopista”. Hasta que logró componer su corazón roto y despedirse de su amor, dejando que una “Distancia Adecuada” los separe. Para luego declarar toda su fragilidad en “Alguien que Cuide de Mi”, pidiendo encontrar finalmente ese equilibrio que muchas esperamos, en alguien que te haga sentir “en sus brazos una niña pequeña / sonría mientras se trague mis penas y sacuda mi cama como un animal”.
Christina es ídola. Moviendo su largo pelo rubio mientras le saca acordes rockeros a su guitarra o tocando su piano en solitario “animales vertebrados” -porque la banda es respetuosa con el público y atinan a dejarnos un momento a solas con ella- la “señorita” nos quiere pedir un favor, todos le gritamos a coro que ¡sí!, entonces nos invita a “levantar nuestros preciosos culos del asiento” y a dejarnos llevar junto a ella.
Pasaron casi dos horas y el concierto termina. No lo podíamos creer. No nos queríamos ir. El teatro entero se rehusaba a su partida. Hasta que entiende que aún no estamos listos para irnos a casa y nos regala “Mil pedazos”. La coreamos con más ganas que ninguna y asumimos que debemos dejarla partir.
(Foto vía Susie)